Calle Larios

La utopía de la sostenibilidad

  • Los debates sobre cómo deberían evolucionar las ciudades tras la epidemia podrán concluir lo que quieran: Málaga tiene la solución infalible

  • Se trata de construir, construir y, después, construir

Nuevas torres junto al cauce abandonado del Guadalmedina: un ejemplo de sostenibilidad a la malagueña.

Nuevas torres junto al cauce abandonado del Guadalmedina: un ejemplo de sostenibilidad a la malagueña. / Marilú Báez (Málaga)

Leo unas declaraciones de Rafael Moneo pronunciadas antes del acto de entrega a su persona del León de Oro de la Bienal de Arquitectura de Venecia. Moneo se ha convertido en los últimos años en un personaje de cierta polémica en Málaga por el hotel cuya construcción, actualmente en curso, ocasionó el derribo de La Mundial; pero también este episodio debería suscitar más interés respecto a sus valoraciones sobre la evolución de las ciudades, por otra parte siempre significativas y dignas de tener en cuenta ya se esté a favor o en contra. Advierte Moneo de que determinados códigos adquiridos a cuenta de la pandemia, como el respeto a las distancias de seguridad y el teletrabajo, deberían traducirse en el desarrollo de “ciudades mejores”, pero que semejante transformación no estaría exenta de problemas: “Qué duda cabe de que poder trabajar en una casa con jardín es satisfactorio, pero no se puede pensar en las ciudades como una ciudad-jardín, una propuesta que ya en su momento se demostró demasiado costosa. Por otra parte, las casas grandes facilitan la vida confinada, pero toda construcción tiene un impacto técnico y económico: sería un despilfarro que los despachos públicos se multiplicaran por dos para mantener las distancias”. No deja de resultar significativo ese paralelismo entre las “casas grandes” y los “despachos públicos”; en todo caso, como siempre, lo que cada cual entienda como una casa grande dependerá del punto de partida personal y, supongo, del volumen del escrúpulo. Lo que viene a decir Moneo es que podemos ponernos estupendos diseñando construcciones y ciudades seguras y apacibles, pero que todo eso tiene un coste y sale por un ojo de la cara. Así que ya podemos dormir tranquilos después de tan abultada revelación, en la que, seguramente, muy pocos habrán reparado. Bromas aparte, sí que sería interesante estudiar las consecuencias que un mayor desarrollo del teletrabajo, por ejemplo, podría tener a efectos de movilidad, descentralización y redefinición de los barrios, incluso a nivel turístico: si durante décadas han sido mayoría los malagueños que se han desplazado a diario a trabajar al centro, una inversión en este sentido se traducirá, querámoslo o no, en nuevos usos urbanos y en una reorientación orgánica de los espacios. Resulta paradójica, en este sentido, la anunciada construcción de infraestructuras en el centro destinada a profesionales que, al parecer, estarían dispuestos a trasladarse a Málaga por sus bondades climáticas gracias a las virtudes del teletrabajo; estas estructuras darían respuestas unificadas a las necesidades habitacionales y laborales de sus usuarios, esto es, serían viviendas y oficinas al mismo tiempo, algo que la pandemia ha impuesto ya en no pocos hogares. Y es paradójica porque si el teletrabajo parece naturalmente inclinado a la permanencia del personal en sus espacios vitales, en Málaga se percibe como una oportunidad para construir más. Se trataría de cambiar de casa para no tener que ir al trabajo y trabajar en casa. Eso sí, con trescientos días de sol al año. Maravilloso.

Hay ahí fuera un turismo rabioso al que engordar y esta otra lógica de inversores cataríes pide ladrillo y más ladrillo

Cierta lógica, quién sabe, apuntaría a que si se trata de responder al teletrabajo por un lado y a una mayor reserva respecto a las distancias por otro, las medidas consecuentes pasarían por dotar a los barrios de más servicios y equipamientos (lo que no tiene que ver necesariamente con construir más, sino tal vez con dar nuevos usos a estructuras ya existentes y a menudo obsoletas, en muchos casos de titularidad municipal), ampliar y mejorar los espacios públicos (incluidas zonas verdes) y reducir en lo posible la densidad urbanística. Es decir: esa lógica nos conduciría a aquella vieja utopía de la sostenibilidad, con modelos menos contaminantes, menos invasores, más respetuosos y más eficaces. En Málaga somos capaces de pujar por una exposición internacional dedicada a la sostenibilidad y, al mismo tiempo, ponernos nerviosos cuando el Ministerio de Cultura dice que va a hacer un informe sobre el posible impacto negativo en el paisaje del rascacielos del Puerto, casi como si hubiera anunciado que va a tirar la iglesia de la Victoria para poner un Mercadona. A esta ciudad se le da de perlas presumir de tecnoverde y lucir en la solapa a todas horas el pin de la Agenda 2030, pero si le ponen a tiro el suelo del Astoria no crean que va a perder la oportunidad de construir ahí lo que sea, aunque encuentren debajo el Arca de Noé. Hay ahí fuera un turismo rabioso al que engordar y esta otra lógica de inversores cataríes pide ladrillo y más ladrillo. Así que todo esto iba al final de llevarse el pellizco. Ecologista el último.

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