Ni uno menos de los convidados
Sábado de Feria
La de ayer fue una jornada de lleno, como cabía esperar del primer día. No sólo los malagueños estaban dispuestos a disfrutar, muchos grupos venidos de fuera hicieron suya esta celebración callejera. El centro fue el que es, sin más.
Estaban todos. Los convidados acudieron solícitos. No faltó ni Pepa, con su flor bien puesta en el pelo y su falda de volantes dispuesta a disfrutar de la primera cita de la semana con su coro rociero. Ni José, que como cada año acuerda con sus amigos y negocia con su contraparte un día para salir sin ellas. Ni Ana, en el extremo contrario. Vestidas todas de blanco y con una rosa como complemento obligatorio. Tampoco los que despedían su soltería –éstos y éstas eran legión–, las parejas que iniciaban su paseo con una botella de vino dulce bien frío o las familias que vestían a sus hijos de lunares para hacerse selfies junto a la portada roja. También acudieron y se hicieron notar los grupos etiquetados por sus camisetas, algunas ocurrentes, otras demasiado groseras.
Era la jornada inaugural y la Feria del centro volvió a ser lo que es. Sin más. El momento y el lugar preciso –quizás poco oportuno según sufridores y residentes– para juntarse, para celebrar, para reír, para beber y bailar, para bromear. Para tener el alma de fiesta, en definitiva. En pleno verano, llegando al ecuador de agosto, una fiesta al aire libre es lo más para ese malagueño callejero que no siente ni el calor de las tres de la tarde cuando hay buena compañía y disposición para pasarlo bien. El mismo que no sabe de límites, al que se le quedan cortas las horas y no renuncia a seguir disfrutando aunque el reloj ya marque las 19:00. El toque de queda no sirvió de mucho. La plaza de la Constitución no se descargaba, ni la calle Larios, ni el resto, a pesar del bando municipal. Si no había música en el altavoz la ponían los paseantes parados en cualquier esquina. Un grupo hizo suyo el escenario vacío de la calle Strachan para taconear, silbar y gritar a sus anchas. Su juerga, quedaba bien claro, no había terminado.
Horas antes, a eso de las 13:30, la arteria principal ya comenzaba a llenarse. El ambiente era más familiar y amable entonces. Se podía pasear a gusto después de haber realizado la primera parada en La Casa del Guardia o la tienda del Bacalao. En la calle Panaderos un grupo de gente tomaba la vía apostados a la sombra, que se cotizaba al alza según iban corriendo los minutos en el reloj. Y en Martínez, con su bendita corriente, unas cajas en mitad de la calzada hacían de mesa improvisada donde poner el vaso y el plato de jamón. El pescaíto ya se olía en casa Vicente.
Algunos seguían avanzando para adentrarse un poco más, para pulsar el ambiente y encontraban las charangas animando el cotarro. La Crazy Brass junto a Larios, 3 tenía a todo un público entregado como coro. Y un poco más arriba, llegando a la calle Granada, Paolo y sus amigos anunciaban con sus camisetas que habían venido desde Turín para disfrutar la Feria de Málaga. No eran ellos los únicos extranjeros, sino un grupo más de los tantos que intentaban integrarse con buena fortuna en una celebración que suele ser acogedora y hospitalaria.
Hasta el mercado de la Merced se acercaron muchos a comer, todo un acierto cuando aún se podía encontrar mesa y el aire acondicionado daba un respiro. Gazpacho y sushi, croquetas gourmet y bocadillo de jamón. Toda propuesta era buena para llevarse a la boca a la hora del almuerzo. Otros habían preferido hacer un picnic en los jardines del Museo Picasso. Pero había público para todos, para llenar las terrazas de La Bolsa, de Duque de la Victoria, de la plaza del Carbón. En las plazas con música en directo los grupos se hacían esperar y en Mitjana los bares de copas se preparaban para todo lo que les quedaba aún por servir. Porque esto no había hecho más que empezar. Porque la juerga había tomado la calle sin remisión. Ya no había vuelta atrás.
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