Málaga

Todo empieza mañana

  • El enclave extendido entre Ciudad Jardín y El Molinillo aguarda que se cumplan las promesas sobre su transformación mientras se resiste a convertirse en otro sector marginal de la ciudad

Un hombre mayor toma el sol en la puerta de su casa en la calle Liberia, antropológicamente solo. Los voceadores del Mayo del 68 aseguraban que debajo de los adoquines se encontraba la playa, pero aquí pocos instantes remiten a algún elemento natural. En otro lugar, uno podría pensar que este hombre está disfrutando. Pero aquí, entre las filas de coches aparcados, el asfalto y casi ningún árbol que echarse a la cabeza, casi parece que este vecino está superviviendo. Esto es Segalerva, un barrio que se extiende entre Ciudad Jardín, Capuchinos y El Molinillo, habitual lugar de paso para muchos pero gran desconocido, en realidad, para la mayoría de los malagueños. No hay muchos motivos para venir aquí si no se vive en sus calles o no se ejerce alguna visita cumplidora. Precisamente, esta semana varios cientos de vecinos han firmado un manifiesto en el que reclaman al Ayuntamiento que ponga en marcha de una vez la construcción de infraestructuras prometidas hace ya 12 años, y de las que aún no se sabe gran cosa. En concreto, casi todas las exigencias se dirigen al antiguo Cuartel de la Guardia Civil de la calle Peinado y a su solar de 9.500 metros cuadrados, para el que se reclama el levantamiento de una biblioteca municipal, un centro de día para mayores, instalaciones deportivas y talleres ocupacionales. El mismo manifiesto recuerda que ya en 1999 los tres grupos políticos con representación municipal aprobaron esta demanda y que el Ayuntamiento desembolsó dos millones de euros para la adquisición del inmueble. El cuartel, con su triste lema Todo por la patria colgado en su acceso principal, es efectivamente un muerto demasiado ruinoso y demasiado grande para un barrio no precisamente bien conectado con las áreas de influencia de la ciudad. La sede contigua del Club Deportivo Puerto Malagueño está cerrada y no invita a meter mucho las narices por allí. Paseando por estas calles, desde Hernán Cortés a Daoiz, las sentencias de los vecinos son contundentes: "Cada día se vive peor aquí. Es una lástima. Nos han prometido que van a poner muchas cosas, pero cada vez se van más familias, sobre todo matrimonios jóvenes. No me extraña, faltan muchos servicios. No hay zonas verdes. Para casi cualquier cosa hay que salir del barrio", afirma otro señor de guayabera verde, gafas de sol severas y tinte muy acusado en el cabello. Una señora de blanca melena y mano en la cadera se mete en la conversión: "Ya estamos hartos de esperar, hombre. Pero al barrio le hace falta un buen metío. De noche no se puede ir por aquí, la iluminación está fatal. Y ahora con el calor sale un mal olor de las alcantarillas que no se puede soportar". Tiene razón.

Segalerva es un barrio típico de clase media que, inexplicablemente, parece haberse quedado anclado mientras otras zonas a su alrededor han ido adquiriendo servicios e infraestructuras. La mayor parte de nuestros interlocutores están entrados en años, aunque un corrillo de niñas juega y canturrea a las puertas de una academia de flamenco. No hay muchos comercios, y de los que hay muchos están cerrados y ofrecen su traspase. La crisis ha jugado aquí duro, pero tampoco se ve gente ociosa ni distraída. Es un mediodía de julio, el sol hace de las suyas feroz y apenas se ve a gente por la calle. "Es duro vivir en un sitio que esperas ver transformado, en el que cuentas con servicios para el futuro y darte cuenta de que han pasado diez años y no ha ocurrido nada de lo que habían prometido", señala un treintañero al que abordamos mientras se dispone a subir a su coche armado con toalla y bañador, en la calle Rojas Clemente. "Pero lo peor es que la inseguridad crece, cada vez viene más gente indeseable y si no se dota al barrio de las infraestructuras que necesita se verá abocado a la marginalidad. Depende del alcalde, él sabrá si quiere que Segalerva sea un barrio marginal o moderno". Algunos vecinos vinculan de manera directa la inseguridad con el crecimiento de la inmigración y hasta con la proximidad a La Palmilla. En nuestro paseo encontramos a numerosos subsaharianos y magrebíes. Un hombre que lleva a su hijo pequeño en su cochecito mientras lleva al mayor de la mano y que nació en Benin no está de acuerdo: "Llevo cinco años viviendo aquí con mi familia, y estamos muy a gusto. Nos llevamos bien con los vecinos, no hay problemas. Muchos de ellos son nuestros amigos".

Conforme se camina por la Alameda de Barceló en dirección al Colegio de Salesianos, la extensión que queda a la derecha es quizá la parte más lisboeta de Málaga. En las calles Huerta, Rojas, Montserrat y Viriato se suceden coquetas casamatas en diferentes alturas. Algunas evidencian urgentes necesidades de reparación en sus fachadas, aunque otras parecen muy recientes. Hay también pequeños bloques de pisos, y un elevador esencial para un barrio en el que abundan los mayores. El ambiente aquí es tranquilo. A esta hora todavía truena el piar de los pájaros. Y da la sensación de que Segalerva iba encaminada a ser una de las más cuidadas zonas residenciales de la ciudad aunque en algún momento todo se truncó. Caminando después por la calle Actriz Rosario Pino, presidida por una pintada premonitoria ("Payo y gitano, seamo hermano") en un muro blanco, junto al Hospital de la Cruz Roja y en dirección al centro del Sagrado Corazón de Jesús, la evidencia delata que Segalerva anda entre dos aguas. Si Málaga se quisiera un poco, esto sería la gloria. O quizá un barrio libre bastaría. Tal vez lo sea en otro tiempo.

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