Desde el otro lado
Se tuvo que volver al trabajo, subir de nuevo la persiana de los comercios y vivir la fiesta detrás de un mostrador. Las ganas aún van por delante.
AL otro lado del mostrador siempre hay alguien que vive la Feria de forma distinta, más como deber y obligación que como placer, por mucho que le guste su trabajo. En la puerta de una caseta sin llegar a entrar, de pie junto al vehículo de emergencias, sirviendo a los que ya no saben decir ni tres palabras seguidas sin que se les trabe la lengua. En el reverso del espejo de esta fiesta también se miran aquellos que podrán hacer caja para sacar rendimiento al verano, los temporeros de las horas extras, los profesionales de estos eventos. Ayer se vivió la primera de las tres jornadas laborables que va a tener esta Feria y ellos, los currantes, abrieron las persianas de sus negocios. Al menos durante las horas de la mañana. Para los feriantes del Cortijo se Torres fue, simplemente, la cuarta jornada de celebración.
En el Real son muchos los que llegan en sus casas móviles para instalarse durante diez o doce días en aquel paraje casi desértico. Al caer la tarde ponen en marcha una y otra vez sus atracciones. Vueltas y más vueltas en un día de la marmota infinito que dura al menos ocho. O recitando la cantinela sin parar, como autómatas delante del micrófono de una tómbola. Suelen tener gestos de cansancio. Te recogen el tíquet con un mal gesto y no son precisamente un ejemplo de simpatía hacia los más pequeños. Como si poner la sonrisa les costase dinero o un esfuerzo imposible de soportar. Tantas horas iguales, tantos montajes y desmontajes, tantos kilómetros a sus espaldas parecen imprimirle una pátina impermeable a la diversión de los demás.
Para comerciantes y hosteleros del centro, la Feria no es su día a día sino un paréntesis en su trayectoria anual. Unos cambian su rutina y echan el cierre por la tarde. Otros continúan con los mismos horarios y la esperanza de seguir fidelizando clientes. La heladería Giolatto, en la calle Strachan, lleva abierta desde abril y esta semana supone una buena oportunidad para dar a probar sus delicias artesanas. En la puerta tienen un photocall para que los clientes suban sus instantáneas a Facebook y participen en un concurso que a ellos les sirve como reclamo publicitario.
"La verdad es que viene muchísima más gente, además de nuestros clientes habituales llegan también turistas, franceses e italianos sobre todo", comentaba ayer Mónica. A ella no le importa trabajar en Feria porque dice que no le gusta "el ambiente que hay ahora" y, por tanto, no suele salir. Pero también reconocía que hay que autoimponerse dosis especiales de paciencia en estos días. Tras la vitrina "hay momentos en los que nos gustaría perder las formas, pero no se puede", señalaba. La sonrisa no debe desaparecer ni cuando se modera en disputas surgidas del nerviosismo de los que esperan la cola.
Rafaela, que regenta un puesto de abanicos, flores, catavinos y castañuelas, no tiene anécdotas malas que contar. Por fortuna. Normalmente vende en el rastro los domingos y durante la semana grande cambia de escenario para trasladarse a la calle Larios. Desde las 9:00 hasta las 22:00 vende sus abalorios de alegres colores. Cuando cierra el toldo, un chico le vigila sus dos puestos para que nadie meta mano durante la noche. "Llevo al menos de 15 a 20 años vendiendo en el centro", comentaba Rafaela. Muchas horas de pie hacen que ella y su prima Carmen terminen tan cansadas "que ni cenamos cuando llegamos a casa, nos vamos directamente a dormir".
Su público de las mañanas son cruceristas, extranjeros y visitantes, en definitiva. Luego "llega la juventud y a la vuelta los del botellón", apuntaba la vendedora. "No está tan mal trabajar aquí, ellos se divierten y nosotras vemos el panorama, aunque con la música pegada todo el día tenemos que decir los precios por señas porque ya estamos roncas", agregaban, contentas de haber vivido los primeros días "a tope" de gente y sin dejar de vender mientras que hablaban.
A las 16:00, la mayoría de las tiendas de moda de la calle Larios, Nueva o San Juan estaban cerradas. Quedaban algunas grandes firmas abiertas y otros negocios más familiares, pero eran minoría. "Un martes cualquiera la venta está más animada, la verdad, pero algo se vende", decía la dependienta de una zapatería. "Lo que más sale en un día como hoy son las zapatillas de esparto", añade. Cuando ya no se puede arrastrar más el dolor de pies, cuando es tan intenso que domina el cerebro, tienen en esta tienda un salvavidas para continuar en ruta.
No es muy larga la que hace Alejandro Guillén con su penca de biznagas, pero suficiente para despachar la hermosa mercancía. "Siempre estoy en la calle Larios, en la calle Granada y la plaza de la Constitución", explicaba ayer este biznaguero que lleva 30 años haciéndolo compatible con su trabajo de pintor. "Porque esto son tres meses nada más", comentaba al mismo tiempo que daba cuentas de la laboriosidad de un proceso que comienza en abril. "En Feria salimos antes, a eso de las 14:00, con la flor de jazmín aún cerrada, se va abriendo a lo largo de la tarde", apuntaba.
A Alejandro sí que le gusta estar al otro lado de la Feria porque "das una vuelta y estás entretenido siempre que no haya uno con mala uva". Eso sí, se tendrá que plantear cobrar los derechos de imagen porque posa más que vende, según dice. Aunque no es tan cierto. En hora y media ya le habían comprado una treintena de biznagas, a 3 euros cada una. "El otro día vino uno de esos árabes del petróleo y me compró todas las que me quedaban", relataba, orgulloso de mantener viva la tradición a pesar del esfuerzo que puede suponer.
Mientras unos trabajaban, vigilaban, limpiaban, un grupo de mujeres vestidas de flamenca y pertrechadas con tambores y panderetas buscó uno de los nuevos bancos junto al Málaga Palacio para cantar al fresco de levante, tan apetecible como un oasis. En un minuto se convirtieron en una atracción más de la tarde. Le hicieron fotos, vídeos y unos niños se sentaron como público para seguirlas con las palmas. Ellas seguían cantando. La voz aún aguanta cuando se ha llegado al ecuador de la Feria casi sin darse cuenta. También queda tinta para seguir contándola.
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