Una Málaga ninguneada
Calle Larios
Los continuos rechazos a las candidaturas malagueñas presentadas a convocatorias nacionales e internacionales deberían servir para una reflexión mucho más allá de la acostumbrada peleíta partidista
Málaga: la ciudad a la última
Desde finales de la primera década del presente siglo seguí de cerca todo lo relacionado con la candidatura de Málaga a la Capitalidad Cultural de Europa en 2016, como periodista y como parte del tejido cultural. Recuerdo que me llamaba la atención la total confianza que todos los impulsores, empezando por el alcalde y siguiendo por los distintos responsables de la candidatura, mostraban respecto a la designación de Málaga. Los que no lo teníamos tan claro veíamos el trabajo que hacía Córdoba, candidata también, despachado desde Málaga con el argumento de que la competidora andaluza había centrado su proyecto en su patrimonio histórico, algo que para la comisión europea responsable de la designación no tenía demasiada importancia. Pero no era así: Córdoba se lo había tomado en serio no solo en su tejido cultural, sino de manera transversal, barrio a barrio, con tal de implicar a la mayor parte de la ciudadanía, lo que algunos echábamos de menos en Málaga (apenas se organizó alguna marcha por la Capitalidad en el centro a la que no acudió mucha gente). Luego, tanto desde el Gobierno como desde la Junta los mensajes inclinados a favor de Córdoba eran cada vez más notorios y menos neutrales, con lo que ya parecía estar todo dicho. Al final, ya saben, el gato se lo llevó al agua San Sebastián, por razones que tenían que ver poco con la cultura y mucho con la temperatura política del momento, pero que revelaban que el trabajo diplomático realizado desde España, contra el que nada podían Córdoba ni Málaga, se había salido con la suya en una dirección inesperada. El chasco, claro, fue bien gordo.
Recuerdo todo lo que pasó con la Capitalidad cada vez que Málaga vuelve a rivalizar para algún evento de trascendencia nacional e internacional y cada vez que se ve apeada de sus aspiraciones. Desde 2016, Málaga ha competido por la Expo Internacional de 2027, se ha postulado como ciudad europea de la infancia y la juventud y se ha metido en berenjenales de todo tipo con el consiguiente fracaso. Lo último ha sido el ninguneo ministerial en el centenario de la Generación del 27 y la renuncia al Mundial de Fútbol, del que no nos ha apeado ningún competidor, sino nosotros mismos, por esa fatídica querencia a vender la piel del oso antes de cazarlo. Supongo que estaría bien hacer alguna reflexión al respecto, si es que realmente Málaga quiere despuntar en este tipo de convocatorias. El fiasco de la Capitalidad generó un discurso peligroso: el Ayuntamiento consideró que no necesitaba el título, que se bastaba y sobraba para hacer de Málaga una ciudad de plena identidad cultural, y allá que se lanzó a abrir museos por una parte y, por otra, a desplegar un mensaje triunfalista sobre la proyección internacional de Málaga que caló con un éxito descomunal en la opinión pública y en la sociedad en su conjunto. Y, sí, por aquí habría que empezar.
En algún momento, ya ven, nos creímos el ombligo del mundo. Málaga se llenó de museos y parecía que eso bastaba para salir en The New York Times. No importaba que los mismos museos albergaran colecciones ajenas rentabilizadas como mercancía turística, ni que el auténtico Museo de Málaga hubiese pasado décadas metido en almacenes, ni que la ciudad se quedara invariablemente fuera de las giras internacionales de las primeras estrellas de la música después de haber jugado en esa liga, ni de que perdiera su condición de plaza predilecta para estrenos escénicos nacionales e internacionales, ni que su Orquesta Filarmónica languideciera como un adorno barato, ni que la ciudad mostrara su incompetencia para poner de acuerdo a las administraciones y tener el auditorio que por mera población le corresponde. Éramos los mejores, y ya está. En la tecnología, lo mismo: estábamos convencidos de que no teníamos rival y ahora nadie se explica cómo se ha esfumado el Centro Nacional de Ciberseguridad. Tras cada fiasco, claro, siempre ha habido una administración supramunicipal a la que culpar, porque éramos geniales y nos tenían manía. Pero nadie debería conformarse con la peleíta partidista de turno. Seamos claros: lo que se ha hecho siempre ha sido promocionar Málaga como destino turístico poniendo la cultura, la tecnología, el deporte y lo que haya hecho falta como cebo. Y eso sí que nos ha salido de órdago.
Pero si de verdad quiere destacar en España y en Europa en cualquier otra materia, Málaga no puede conformarse con pensar que vendrán a premiarnos por lo bien que lo hacemos. Necesita crear estrategias, nombrar negociadores capaces, anticiparse a las necesidades, abrir delegaciones en los lugares pertinentes, es decir, hacer una inversión que, me temo, no podemos permitirnos y que, vaya, a lo mejor no necesitamos. Así que estaría bien bajarse de la moto, dejar de creernos el ombligo del mundo y decidir qué ciudad queremos ser y para quién, sin competir con nadie más que nosotros mismos. Quizá a partir de ahí podremos plantearnos cosas. Pero ni los atajos ni la arrogancia funcionan más allá de los Montes. Esperemos que esta lección sí haya quedado bien aprendida.
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