Málaga y el Rey Pescador

Calle Larios

No hay nada descabellado en la afirmación de que De la Torre inventó nuestra ciudad tal y como la conocemos, una identificación personal digna de estudio en sus méritos y riesgos

Málaga: tradición e identidad

Veinticinco años de alcaldía: a ver quién lo iguala.
Veinticinco años de alcaldía: a ver quién lo iguala. / Javier Albiñana

Málaga/Dentro de las leyendas artúricas relacionadas con el Santo Grial, la del Rey Pescador es una de las figuras más interesantes. Conocido también como el Rey Tullido a tenor de los acontecimientos a los que tuvo que enfrentarse, el monarca protegía uno reino próspero y hermoso, poco menos que un Edén, floreciente y representado como un jardín bellísimo. Un día, el rey recibió la visita de un ilustre embajador que resultó ser un brujo, un demonio o un gobernador enemigo (las versiones difieren en las diferentes fuentes) que hirió al Rey Pescador en el muslo (o en la ingle, según otros relatos). A consecuencia del ataque, el soberano perdió la movilidad y ya no fue capaz de desplazarse por su propia voluntad, con lo que no podía más que pasar los días sentado en su trono, aquejado de un dolor incesante. Apenas unos días después, el rey fue informado por sus súbditos de que su reino se secaba: lo que había sido aquel florido vergel se convertía a pasos agigantados en un desierto, los lagos y ríos se evaporaban, la espesura se agostaba, la hierba se marchitaba y la vida se extinguía. El rey comprendió entonces que su reino estaba compartiendo con él su suerte, como si se tratase de una extensión de sí mismo: mientras él perdiese su fuerza y su valor, sus dominios languidecerían. Por tanto, necesitaba que alguien le curase para que así su reino recuperara su esplendor. Médicos y hechiceros intentaron sanarle, sin éxito, y el Rey Pescador esperó durante años al caballero capaz de obrar el milagro. La mayor parte de los cuentos artúricos señalan a Perceval como el héroe que curó al Rey Pescador y que, por tanto, devolvió la salud a su reino. Aunque otras versiones de la leyenda arrojan un final más sombrío.

Seguramente no hay político en España contra el que sea más difícil hacer oposición

La cuestión es que el otro día me hicieron caer en la cuenta de que Francisco de la Torre celebraba sus veinticinco años como alcalde y, ya ven, me acordé del Rey Pescador. Creo que en pocas ciudades españolas se ha dado desde la Transición una identificación tan notoria entre el desarrollo de una localidad y la acción política de un solo alcalde. Y no (o no solo) por la consecución de mandatos encadenados durante cinco lustros, sino por la aplicación de un modelo bien reconocible a largo plazo que, sin menoscabo de los planes estratégicos, ha adquirido siempre una fuerte connotación personal. Si a De la Torre le diera por emular en un pleno a Luis XIV y afirmara “Málaga soy yo”, no habría más remedio que darle la razón. Tal identificación no es, sin embargo, consecuencia de una inclinación autoritaria (ahí están las mayorías absolutas refrendadas), ni de un frío criterio tecnócrata, sino de un convencimiento social en el que De la Torre ha trabajado de manera concienzuda durante estos veinticinco años. Seguramente no hay político en España contra el que sea más difícil hacer oposición. No pocas veces he visto al alcalde a horas ya intempestivas reunido con asociaciones de vecinos discutiendo tal o cual asunto delicado, o conversando a las cuatro de la tarde con comerciantes de barrio en una acera mientras daba sorbos a una cerveza en un vaso de plástico, o atendiendo sin prisa alguna a unas vecinas que le reclamaban la sustitución de una arqueta. Es infatigable. Ahí no le gana nadie. Los que trabajan con él o cerca de él cuentan al respecto episodios tremendos y callan, seguro, mucho más de lo que dicen. La claridad con la que tantos identifican a Málaga con su gobierno, a la manera del Rey Pescador, es, quizá, su mayor logro político.

La claridad con la que tantos identifican a Málaga con su gobierno es, quizá, su mayor logro político

De la Torre llegó a la Alcaldía de Málaga como un municipalista convencido de que la descentralización constituía no solo una oportunidad, sino una exigencia. Y el tiempo, contra lo que podía parecer entonces, le ha dado la razón. Siempre he pensado que los asesinatos a manos de ETA de José María Martín Carpena primero y Luis Portero después, apenas comenzado su primer mandato, marcaron a fuego su manera de entender la política municipal como el más ágil mecanismo modernizador de los territorios frente a los vetustos y recelosos protocolos estatales. Si otra España era posible y necesaria, había que construirla desde las ciudades. A partir de aquí, Málaga se convirtió en un modelo alabado y replicado por su voluntad cultural, con su marca de ciudad de los museos bien consolidada (aunque la apuesta real por una cultura abierta, participativa y cívica, no solo contemplativa, se quedó en los papeles de los planes estratégicos); su proyección internacional como destino turístico y su vocación de hub tecnológico con la sostenibilidad como reclamo. Con todo esto, De la Torre ha querido siempre hacer de Málaga una capital competitiva en Europa, para lo que no ha dudado en postularla para la Capitalidad Cultural, la Exposición Internacional y otros escaparates planetarios, lo que nunca terminó de salirle bien; pero la proyección, en todo caso, estaba garantizada por méritos propios muy a pesar de los fiascos. El alcalde supo ver pronto en qué clase de carrera iban a verse necesariamente implicadas las ciudades y movió ficha para garantizar que llegáramos antes que nadie, pero lo hicimos para lo bueno y para lo malo: Málaga fue pionera en la proyección, en su definición como plaza deseable, pero también en sus consecuencias más perniciosas, en la exclusión social, en una fiebre inmobiliaria aniquiladora del patrimonio natural y las zonas verdes, en la consagración del derecho a la vivienda como privilegio cada vez más reservado y en la perversión mercantil como norma de uso respecto a los espacios públicos, con el incomprensible caso reciente del Parque del Oeste como ejemplo definitivo. Por más que no pocas ciudades europeas adoptaban medidas de protección contra una voraz deriva global con tal de garantizarse una sostenibilidad real, sacrificando para ello incluso sus puestos en el escalafón de la proyección turística, De la Torre no supo o no quiso estar aquí tan al quite, con lo que las reacciones para paliar los problemas derivados han llegado tarde y mal. Como el Rey Pescador, el alcalde ha conseguido que todos le identifiquen con su reino, pero eso incluye tanto el jardín como el desierto. Lo que ya no sabemos es si vendrá Perceval a arreglarlo. En cualquier caso: gracias, alcalde, por lo que sí se ha conseguido.

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