Málaga: solo son árboles
Calle Larios
Habría razones para debatir sobre el interés general del proyecto, pero, más allá de su idoneidad, lo curioso es que en ninguna referencia oficial al tercer hospital se mencione la destrucción medioambiental que implica
Málaga o el interés general
En su ensayo de 1968 El derecho a la ciudad, ya un clásico en su género el filósofo francés Henri Lefebvre advertía de que había que buscar el logos urbano exactamente donde hasta ahora habíamos encontrado el logos filosófico. Es una idea muy interesante que, pasada por el tamiz socrático, nos llevaría a considerar que lo importante a la hora de pensar las ciudades que habitamos está en las preguntas que nos hacemos sobre ellas; esto es, en no dar nada por sentado y en someter al debate público todos los proyectos que modifican, de manera más o menos sensible, la naturaleza urbana de nuestros territorios. En un contexto democrático, además, este debate debería constituir una exigencia, en la medida en que a menudo estas iniciativas aparecen promovidas desde los poderes políticos y económicos sin una base social que las demande ni las sustente. En las últimas décadas, algunos proyectos urbanísticos y arquitectónicos han sido objeto en Málaga de distintas críticas, si bien a menudo se aceptan de manera acrítica, sin más, quizá bajo el convencimiento de que cualquier edificio de gran envergadura constituye siempre un signo de progreso. Si se trata de un hospital, bueno, resulta difícil ponerse de frente dados los beneficios sociales que se derivan de un equipamiento así, especialmente en Málaga, donde el déficit de plazas hospitalarias sigue siendo notorio. Llevamos años oyendo hablar del tercer hospital y parece que ya está aquí: la Junta de Andalucía acaba de adjudicar las obras y todo indica que en las próximas semanas empezará el movimiento en la superficie hasta ahora empleada como aparcamiento trasero del Hospital Civil. Hablamos de una infraestructura esperada por tanto desde hace mucho y proyectada, además, con adornos emblemáticos, con una inversión de 543,3 millones de euros y como promesa de la que será la mayor obra civil en Málaga en el último medio siglo. Lo dicho: no parece haber aquí mucho espacio para hacerse preguntas.
Sin embargo, lo que corresponde precisamente a una sociedad democrática es hacerlas siempre. Sobre todo, si la respuesta parece obvia, porque las preguntas nunca lo son. Las obras del tercer hospital se llevarán por delante un conjunto de cerca de setecientos árboles, muchos de ellos centenarios, que han conformado con el paso de los años un verdadero pulmón urbano en un área de la ciudad masificada y sin zonas verdes. Estos árboles, además, han consolidado un ecosistema en el que anidan al menos veinte especies de aves. Es decir, la tala ocasionará un desastre medioambiental de gran calado en una ciudad que no se distingue precisamente por su celo en proteger su ecosistema natural. Podemos plantear esto como un dilema moral: sí, claro, nadie le va a hacer ascos a un hospital, pero ¿tiene que ser el precio tan elevado? ¿Darían de sí los setecientos árboles como motivo suficiente para replantear la situación y llevarse el hospital a otra parte? Hay una evidencia interesante: ni en la licitación ni en la adjudicación de las obras hace referencia la Junta de Andalucía a la masa arbórea que se dispone a eliminar tan alegremente. Como si no existiera: nada. Y habría que entender, de una vez, que una sociedad moderna, europea y afín al progreso no se caracteriza por levantar edificios emblemáticos, sino por entender que arrancar un solo árbol nunca es buena idea y que talar setecientos entraña un problema que merece una reflexión primero y una solución después. Insisto: en nuestras instituciones públicas no se ha dado una sola referencia al respecto. Se ha dado por bueno el desmantelamiento y santas pascuas. Como siempre, la sociedad civil va por delante: una plataforma ciudadana lleva meses alzando la voz para detener lo que sus miembros consideran una catástrofe. Y, sí, cuando el poder político se hace el tonto corresponde pasar a la acción además de hacerse preguntas.
Porque podemos seguir planteando interrogantes: ¿Por qué la administración pública no hace referencia alguna en sus proyectos al talado de árboles, ya sea en relación con las obras del metro o del tercer hospital? ¿Es realmente la ubicación escogida la mejor para el tercer hospital, un barrio de Málaga en el que ya hay otros dos hospitales a pocos metros, con serios problemas de saturación y accesibilidad? ¿Hay suficientes garantías para el estacionamiento, cuando lo cierto es que el desplazamiento en coche a los otros dos hospitales ya da para pensárselo? ¿No estamos condenando de antemano a los pacientes futuros a un problema serio? Ya puestos, ¿en qué medida va a solucionar el hospital las carencias urgentes de la sanidad pública en Málaga? ¿Se va a construir el tercer hospital bajo los mismos problemas de organización que ha delatado el escándalo de los cribados del cáncer de mama, es decir, para que estemos en las mismas pero con otro pelotazo inmobiliario a beneficio de los mismos de siempre? ¿No sería más interesante invertir en la atención primaria, donde más recursos hacen falta y de manera más urgente? ¿Hasta qué punto, entonces, va a valer la pena destruir setecientos árboles? ¿Cuándo comprenderemos, de una vez, que no se trata de hacer cosas, sino de hacerlas bien? Lo cierto es que los gobiernos fieles tanto en lo poco como en lo mucho sí son de fiar; por el contrario, esta especie de barralibrismo por el que quien ordena tiende a saltarse las minucias no inspira ninguna confianza. Cualquier día, las minucias seremos nosotros. Pero habremos puesto otra vez a Málaga en el mapa.
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