Cómo meter a Málaga en la bañera

Calle Larios

La ciudad está sucia, claro, como lo ha estado siempre, pero sería interesante conocer la percepción que los malagueños, y también los turistas, tienen de este bendito pedazo del mundo

Una Málaga ninguneada

Si limpiamos, ¿qué estamos limpiando exactamente?
Si limpiamos, ¿qué estamos limpiando exactamente? / Javier Albiñana

Demasiado a menudo la actualidad se parece en Málaga al día de la marmota. Determinados asuntos regresan siempre a la palestra, suscitan su pequeña o gran tormenta y luego se van por donde han venido sin ninguna novedad al respecto hasta que decidan volver otro día. El de la suciedad de las calles de la capital parece ser uno de los predilectos de esta curiosa tendencia circular: unos vecinos salen a fregar la acera, les hacen fotos y salen en la prensa, la oposición airea la cuestión con matices de escándalo, el gobierno municipal sale del paso como puede, se prometen evaluaciones y medidas y hasta la próxima. Recuerdo que en el último mandato de Pedro Aparicio en la Alcaldía se hablaba mucho de la suciedad, hasta el punto de que parecíamos vivir en una emergencia social. Y, sí, recuerdo también que la impresión de abandono era notable. Para las elecciones municipales de 1995, Celia Villalobos prometió un “plan de choque” de limpieza si llegaba a la Alcaldía (luego enarboló otros “planes de choque” en otras materias, también durante su etapa como ministra: parece que la fórmula le gustaba, y desde luego calaba en la opinión pública) por lo que, no olvidemos, fue criticada y acusada de concebir la gestión local como un “marujeo”. Villalobos ganó las elecciones, se hizo con el gobierno en minoría, activó su plan, la ciudad quedó más limpia durante algún tiempo pero, pasado el mismo, Málaga amaneció de nuevo sucia y con una deuda pública notable. El sueño duró poco, pero tanto los partidos políticos como los ciudadanos sacaron una lección en claro: la materialización del ideal de limpieza en Málaga pasaba por una inversión continuada que la ciudad no se puede permitir. Tan sencillo, y tan complicado, como esto.

La designación de Málaga como emplazamiento para el turismo de borrachera tampoco ayuda

Y así seguimos, más o menos. Málaga está sucia, claro, por mucho que Teresa Porras diga que está limpia. Tampoco hay que hacerle mucho caso a su amenaza de denunciar a los vecinos que la contraríen: ya decía el clásico que conocerse es empezar a quererse; y, bueno, casi hay que agradecerle que su empeño orwelliano en que admitamos que dos más dos son cinco venga de frente y a las claras, sin la cortesía suavona de otros ediles más maquiavélicos. Porras tiene razón cuando afirma que mucha gente en Málaga es muy sucia y trata con nulo respeto la calle que pisa, y no se puede apartar esta clave a un lado, sin más. Es lamentable lo poco que ha evolucionado la sociedad malagueña en este sentido, la cantidad de basura que amanece cada día en calles y plazas, la de gente que todavía se resiste a limpiar lo que su perro deja en la calle, a usar papeleras y contenedores debidamente, a tratar el espacio público con suficiente dignidad. Ahora bien, creo que permitir y sostener la designación de Málaga como emplazamiento para el turismo de borrachera, ya no solo en el centro, sino en cada vez más áreas de la ciudad, tampoco ayuda. Para tener razón del todo, Porras también debería incluir al turismo menos deseable, que viene exclusivamente a ser servido y al que le resulta del todo indiferente el estado de las calles, en la ecuación de la suciedad de Málaga. Celia Villalobos no podía contar con esta variable en 1995, pero me temo que ahora no tenemos más remedio que incluirla si queremos valorar la situación en su conjunto.

Lo primero que habría que hacer es sacar la suciedad de Málaga de la dichosa peleíta entre gobierno y oposición

A partir de aquí, tal vez podríamos apuntar algunas premisas. Hablamos de un problema que viene de antiguo y que requiere, por tanto, soluciones a largo plazo. Lo primero que habría que hacer es sacar la suciedad de Málaga de la dichosa peleíta entre gobierno y oposición y aceptar que esto no se arregla en cuatro años, ni en ocho. Y habría que considerar que los planes de choque no traerán la solución definitiva. Es más, me temo que nunca habrá nada parecido a una solución definitiva: Málaga, como cualquier otra ciudad de su tamaño, tendrá que enfrentarse a la suciedad siempre. Pero lo interesante es desde qué punto de vista lo hacemos y qué tendencias negativas podemos ir atajando. Yo diría que mantener limpia Málaga en unos niveles razonables se parece al cuidado de la casa. Es decir, es un trabajo que tiene que ver con cierta educación, con la manera en que vecinos y turistas perciben Málaga, qué significa para cada uno. Las casas en las que vivimos nunca están del todo limpias, precisamente porque vivimos en ellas; pero si alguien mantiene la suya como una pocilga es porque la percibe como tal. Igual si inculcamos la idea de que Málaga es una ciudad, no el escenario anodino que pisamos todos los días, logramos algo. Pero para eso habría que empezar a gestionar Málaga como una ciudad, no como un negocio. Porque difícilmente se puede convencer a los malagueños de que Málaga es una ciudad cuando ya les has convencido antes de que es un resort en el que todos los ciudadanos, por el hecho de serlo, son empleados. Quizá cuando todos veamos que Málaga es una ciudad, no un pelotazo potencial ni un espacio cutre que tampoco vale tanto la pena, estaremos en condiciones de hacer algo. Se trata de educarnos, todos, en la manera en que miramos a Málaga. La pedagogía es lenta. Pero funciona.

stats