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El Málaga ya es Sísifo (0-1)

  • Pese a una buena primera mitad, otra vez los serios problemas para hacer gol condenan al equipo Adán y Rubén Castro, que aprovechó un regalo, fueron lo que le faltó a los de Gracia

El Málaga ha llegado a ese punto. Ese punto en el que el fútbol no entiende de méritos ni de suerte, sino que le tributa el mismo final porque lo único a lo que atiende es a su mal endémico para fabricar gol. Hay días, como anoche, en que las cosas se intentan con mejores modos, de manera más continua, y que el rival apenas juega fichas para imantar el triunfo. Da igual. El Málaga ya se ha convertido en Sísifo. Ahora el problema sería que Javi Gracia y los suyos pensaran que el castigo es eterno y que no hay modo de acabar con la roca, porque desesperarse sería la perdición. Quien sí que lo está, y bastante, es la afición, que huele las cloacas de la clasificación y se echa a temblar.

El Betis asaltó la caja y no necesitó de butrones, alunizajes ni una banda organizada para llevarse el botín. Amasó los tres puntos sin aparente sufrimiento y encima añadió una guantada sin mano con la moraleja de la noche, la de toda la vida en el fútbol: los partidos se ganan en las dos áreas. Tuvo a Adán convertido en pulpo, sacando todo lo que intentó el conjunto blanquiazul, y a Rubén Castro con la caña puesta donde tenía que estar cuando entre Kameni y Rosales convirtieron el inicio de un ataque en un harakiri. El Málaga tiene a veces al camerunés como ese valladar atrás, pero sigue sin encontrar ni al hombre ni el sistema ofensivo para ser decisivo en el otro área. La estadística de 9 de 11 partidos sin marcar resulta grosera. Cada vez que el rival demuestre un buen escudo y un buen estilete la derrota será doble, en el marcador y en la moral, porque duele sobremanera ver que el contrario te gana con las virtudes que en tu equipo están convertidas en defectos. Así debió entenderlo parte de La Rosaleda, que en el tramo final se lanzó a cantar "Al Thani, vete ya". El hartazgo se ha convertido en un socio más del club.

El conjunto blanquiazul ya empieza a hundirse en las arenas movedizas. Preocupa más esa inercia perdedora que la clasificación. Y en esas circunstancias se mitigan las cosas buenas que se hacen. Ayer las hubo. La primera mitad fue la más completa de la temporada en casa desde el punto de vista de la fluidez del juego y la clarividencia para llegar a la meta rival. Tanto por la banda derecha como por la izquierda se sucedieron las llegadas, itinerancia que no se había visto ni cuando a la Real Sociedad se le hicieron dos tantos en dos pestañeos. Rosales fue un lateral brasileño y la velocidad de Juan Carlos horadó a un Piccini que no podía con él. Todo con buenas maneras y poca puntería. Para colmo, pronto comenzó el festín de Adán. El madrileño y Kameni afrontaban el duelo como dos de los tres porteros que más paradas hacen en la Liga y fue el bético el que salió fortalecido de esa pugna con dos grandes actuaciones tirándose a los pies de Juan Carlos como quien intenta evitar que una bomba explote encima de un ser querido. Que el Málaga se fuera a cero al descanso fue el principio del fin.

Pepe Mel, como si lo hubiera visto en su bola de cristal, parecía que se conformaba con mantenerse en pie a la espera de que en algún momento llegara la ocasión. Así ocurrió, con Kameni, Rosales y algo de Angeleri en un número circense. Las ansias por llevar el balón al ataque derivaron en un saque arriesgado del camerunés. El lateral y el central se apresuraron y el venezolano acabó regalando el esférico. El rebote, cómo no, cayó a los pies de Rubén Castro. Cinco segundos antes de marcar muchos preveían lo que iba a pasar. El gol lo aceleró y precipitó todo en el Málaga. Hasta en Javi Gracia, que en los últimos minutos tiró de Mastour buscando un imposible que no estaba escrito que llegaría. Ni siquiera en un cabezazo de Weligton con todo a favor que se fue lamiendo la madera. No, no hay manera.

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