El más que posible descenso del Málaga y su consiguiente salida del fútbol profesional afectaría de manera severa a la estructura del club de Martiricos. Casi tres años después, justo con la llegada de José María Muñoz, la sombra del ERE planea otra vez por La Rosaleda, donde hay muchos puestos de trabajo en juego y no precisamente los del verde.

Muchos anduvieron cerca de no seguir en el anterior expediente de regulación de empleo, que acecha nuevamente tres años después del aterrizaje del administrador judicial. Algunas salidas de entonces fueron sonadas, como el de dos pesos pesados del vestuario como el utillero Miguel Zambrana o el masajista Marcelino Torrontegui. Pero más allá había muchos honestos empleados de la entidad de todas las áreas que se vieron sin trabajo. Alrededor de 50.

Así lo anunció el 19 de mayo de 2020, en el primer terremoto de aquella primavera-verano a la que se le sumaba la incertidumbre por la pandemia: “El club comunica que ha tomado la decisión de presentar expediente de regulación de empleo para la extinción y/o suspensión de contratos de trabajo. En los últimos meses la entidad está llevando a cabo diferentes medidas para paliar la difícil situación económica por la que atraviesa. La reestructuración del club se une a este paquete de medidas necesarias para asegurar la permanencia del Málaga Club de Fútbol”.

Después llegó el ERE a la plantilla deportiva, un hito, y todas las consabidas penurias posteriores. Pero pese a los tropiezos deportivos, y gracias sobre todo a la entrada del capital de CVC, el Málaga cogió músculo financiero y, auspiciado por LaLiga, ha ido engordando su estructura a nivel de personal. El panorama del descenso borra todo eso de un plumazo y Muñoz –ahora acompañado por Kike Pérez como director general– ya sabe que le tocaría volver a ejecutar despidos masivos. Este hipotético escenario no le es ajeno a los mismos trabajadores, que se aferran al milagro deportivo porque no les queda otra.