El parqué
Continúan los máximos
Las grandes fortunas que recalaron en Marbella, como el barón y banquero Guty de Rothschild o el barón Hubert von Pantz, han sido clientes de la asesoría laboral de Adela Baraza. Al igual que condesas, duquesas, miembros de la jet set y grandes empresarios. Todos los ricos que vivían en el Marbella Club pasaron por su despacho.
¬ Mi padre me tuvo que autorizar para que con 17 años pudiera abrir el despacho en un local que alquilamos a Antonio Belón. Las mujeres entonces no tenían voz ni voto, había poco trabajo para ellas y el dinero que ganaban lo manejaban sus maridos. A una señora mayor, que trabajaba de limpiadora, su yerno le obligaba a que le entregara la nómina, al igual que su mujer. Eso parecía lo normal. La señora trabajaba, pero se quedaba sin un duro. En la nómina le tenía que poner un importe menor para que ella pudiera contar con algo de dinero. Se cobraba poquísimo, 1.500 o 1.800 pesetas era el sueldo de mi padre. Cuando empecé a trabajar, yo ganaba 600 pesetas, hacía jornadas de 15 o 16 horas al día, y acababa fatal de la espalda. Existía el sindicato vertical, que no estaba a favor del trabajador, hasta que llegó la democracia.
Hace 60 años llegó a Marbella con sus padres procedente de Tetuán (Marruecos), donde había cursado bachiller superior y primer año de magisterio. Desde 1968 lleva las riendas del gabinete laboral que abrió con un socio.
¬ Mi madre quería que fuese maestra, pero a mí no me gustaba. Lo que de verdad quería era estudiar derecho. En casa solo podía estudiar uno, mi hermano o yo, y en esos tiempos el que iba a estudiar era el hombre. Estudié graduado social a distancia.
Vinimos de Marruecos, después de que se acabaran los protectorados en el norte de África, y con quince años empecé aquí a trabajar. Mi tío era el administrador general en los apartamentos Skol y mi padre entró como jefe de contabilidad en los edificios Nueva Marbella. El Gobierno nos había dado diez mil pesetas para retornar a España.
Yo hacía de tontita, calladita, con 47 kilos y muy mona, decía: a mí me han mandado, y lo conseguía. Pero era un tanto hippy. A los pleitos iba con minifaldas hasta que se dispuso que teníamos que ir de traje, con chaqueta azul y corbata negra, y los hombres de traje oscuro y camisa blanca y corbata. En el colegio de Graduado Social, por mí impusieron el uniforme hasta que después se reemplazó por la toga. Un compañero de la asesoría donde trabajábamos me propuso asociarnos y tener nuestro despacho laboral.
Mi socio era amigo de los ministros Girón de Velasco y José Utrera Molina, con éste había estudiado, había sido su compañero de pupitre en los Jesuitas de Málaga. Era falangista, un camisa azul, y así consiguió que la mayoría de los clientes del Banco Rural Mediterráneo, que era el banco del Gobierno de (Francisco) Franco, también lo fueran de nuestra asesoría laboral. Tuvimos a José María Martínez-Bordiú, el barón de Gotor, y a su hermano, Cristóbal Martínez-Bordiú, el marqués de Villaverde y yerno de Franco. El barón de Gotor, padre de Pocholo, construyó muchísimo en el Rodeo. También había clientes argelinos que hacían urbanizaciones enteras.
En la plaza de Los Naranjos yo tenía la tienda Universal, cuando pasaba por allí doña Carmen, la mujer de Franco, se llevaba el periódico sin pagar y la joyería, que tenía al lado, cerraba hasta que ella se fuera.
Julio Iglesias era cliente nuestro, su mujer Miranda cada tanto perdía el teléfono del despacho, lo buscaba en la guía telefónica y acababa llamando a mi casa. Mi madre estaba encantada de hablar con la mujer de Julio Iglesias y que le contara lo duro que trabajaba su marido. He tenido también como clientes a la madre de Gunilla, a Piedita Iturbe, la madre de Alfonso Hohenlohe, Mel Ferrer, Antonio el Bailarín o la baronesa Thyssen, todo se hacía a través de Jiménez, que era el administrador.
Jaime de Mora era un señor, un caballero. Era cliente de nuestro despacho. Le regalaban tartas en todos lados y como él tenía la tensión alta me las traía a mí. Trabajaba entonces en la discoteca Kiss de Roy Boston, donde tocaba el piano, hacía de relaciones públicas y ganaba poco. Venía a vernos deseperado por la nómina que tenía, que además de ser muy baja se veía obligado beber cada noche hasta el amanecer las copas que le invitaban los clientes. Para evitar esto, acabó bebiendo té en lugar de whisky.
En una ocasión, Adnan Kashoggi, para quien don Jaime trabajó como secretario, hizo una fiesta en su finca Al Baraka, donde está ahora La Zagaleta. Las carreteras eran tan malas que el magnate improvisó una pista de tierra para que sus invitados llegaran en helicópteros. La obra se hizo de manera apresurada, hasta el último momento estuvieron trabajando las máquinas para aplanar el terreno, que fue convenientemente regado para que no se levantara tierra. Al aterrizar el primer helicóptero, con el movimiento de las aspas no se levantó tierra sino barro, que cubrió a los señores que bajaban vestidos de blanco. Kashoggi no sabía donde meterse.
En Marbella había gente culta, como la relaciones públicas Menchu Escobar o el decorador Jaime Parladé, que era un encanto y buen amigo. Jaime de Parladé tenía en Huerta Chica, La Tartana, una tienda de decoración y lujo con Menchu. Y de La Fonda fue dueño Horcher, que tenía un restaurante en Madrid donde frecuentaban clientes nazis. Pepito Carleton, que había venido de Tánger, trabajaba para Menchu en la tienda que esta tenía frente a la cafetería Marbella y se unió a ese círculo, que era la crème de la crème. Menchú se fue al restaurante La Meridiana y Pepito puso un bar en el local donde Alfonso Antín tenía un restaurante.
Íbamos al Oasis Club, a la playa, a Santiago, a La Cabaña y los fines de semana a la discoteca de Pepe Moreno, hasta las ocho de la mañana. El padre de Pepe Moreno había sido alcalde de Madrid; él estaba casado con la marquesa de Salamanca. Era un bon vivant, siempre rodeado de jóvenes. Por ahí también pasaba Antonio el Bailarín.
El boom turístico de finales de los sesenta provocó mucho movimiento de dinero en la construcción y el auge de los locales de alterne.
¬Había dos pequeños bares con luces coloradas en Nueva Marbella, La Rosa y Henry IV. La madame era una señora mayor con ocho hijos, dos de ellos de padres desconocidos. Después de mucho pelear, le pude conseguir una pensión de viudedad.
El My Lady Fair era un club de alterne que tenía señoras que trabajaban por las noches y lo llevaba una madame francesa o belga que era muy alta y vestía muy bien. En una ocasión despidió a una trabajadora, con la que no llegó a un acuerdo en la indemnización, y la empleada le reclamaba el descorche. El juez era un hombre del Opus Dei, el defensor de la empleada un excura metido a abogado de CCOO y yo, que representaba a la empresa, poco sabía de la jerga de los clubes de alterne. La empleada pedía que le pagaran el descorche. Averigüé que en Valladolid se utilizaba mucho ese término. Se trataba de la comisión que se llevaba la empleada por cada botella que el cliente se bebía con ella y con los corchos llevaba la cuenta. Basaba su reclamo en los whiskys que se había tomado y las borracheras sufridas. En el juicio se determinó que eso no era una cuestión laboral y ganamos el pleito. La dueña, que había venido vestida de amazonas, nos invitó a una copa en su club.
Había una prostituta que era clienta del despacho. Un mediodía pasó a verme y se unió al aperitivo que tomábamos en El Picnic, el bar que estaba frente a a la Caja de Ahorros de Ronda. Cuando entró al bar don Iraldo, que trabajaba en la Caja de Ahorros, me vio hablando con esta señora, que en el club la contrataban como camarera. No tardó en llamar a mi padre para decirle: "Mira, tu hija con quién se junta". Tuve que explicarles a mis padres que era una clienta de la asesoría.
Estaba mi socio y todos los falangistas en la plaza de la Iglesia cantando el Cara al Sol, y yo estaba con el puño en alto, cantando la Internacional. Mis padres eran muy de izquierdas, una anarquista y el otro republicano. Mi padre sufrió la guerra y en mi casa de política se hablaba todos los días.
Ya en la Transición democrática, al alcalde Alfonso Cañas una limpiadora del Ayuntamiento le pasó un plumero por la cara y este la despidió. El juicio se celebró, como siempre, en el salón de actos del Ayuntamiento, con el juez que venía de Málaga; yo estaba embarazada, a
punto de dar a luz. La limpiadora llevó como defensor a Diácono, un señor de ultraderecha de las JONS y Cristo Rey. El magistrado consideró la actitud de la limpiadora un tema grave y el despido procedente.
—Hasta la época de Jesús Gil he sido asesora del Ayuntamiento, hasta que se reemplazó (al jefe de Recursos Humanos), Manuel Velasco, y se convocó un concurso para la asesoría laboral, a la que me presenté. Si llevaba allí toda la vida y había montado la sección laboral en la Mancomunidad de Municipios. Presenté montones de papeles y, a la hora de hacerse públicas las calificaciones, la jefa de servicios jurídicos me dijo que mi puntuación era cero patatero, después de llevar yo 40 años asesorando al Ayuntamiento. El servicio se lo adjudicaron al presidente del Colegio de Abogados de Málaga y después varias veces cambió de mano. Con la llegada de Gil se marcharon de Marbella artistas, pintores, escritores como Josefina Aldecoa. Carlitos Fernández (el concejal que huyó del país cuando fue citado en el caso Malaya) tuvo a una tía suya en nómina del Ayuntamiento, que cobraba sin trabajar.
En 2000 murieron dos trabajadores, uno electrocutado, en unas obras que se llevaban a cabo en el palacio de Marbella del rey Fahd de Arabia Saudí.
¬ No dejaban entrar al delegado de la Inspección de Trabajo. Aducían que el palacio era un terreno diplomático, mientras que para la Inspección era un terreno normal y corriente, y que tenía que informar sobre las condiciones en que se llevaban a cabo las obras.
A mí me llamó Carlos Bustillo, el abogado de la empresa, con quien llevábamos muchas cosas. Me enteré de la situación, vino el jefe administrador de las obras, Julian Orozco, y habló con la Inspección. Había allí 3.000 obreros que habían traído de Sri Lanka, India y Pakistán; llegaban en aviones cargados de trabajadores. Hay 40 palacios que se comunican entre ellos detrás del palacio grande, donde venía el rey Juan Carlos. Aquí no había mano de obra disponible y los constructores buscaban a los que cobraran menos. (La Junta de Andalucía sancionó con 110 millones de pesetas a la empresa gala contratista Enterprise de Travaux Internationaux, como responsable de incumplir todas las obligaciones de prevención de riesgos laborales en la muerte de los trabajadores).
Muchos años después, Orozco me invitó a su casa de Versalles (Francia) y le pregunté por qué decían que era territorio extranjero, que no se podía entrar cuando el palacio no era embajada ni consulado. Me contó que a un teniente de alcalde de Gil le habían dado un maletín lleno de dinero para que tramitara en Suiza este domicilio social como embajada. Cuando le preguntaron al concejal dónde estaban los papeles, porque iba a venir la Inspección de Trabajo y los árabes no querían que allí entrara nadie, se encontraron con que el concejal no tramitó nada en Suiza ni en ningún lado y que el maletín se lo había llevado a su casa.
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