Cacho: acróbata paracaidista, camarero y paparazzi de Marbella
Inmortalizó a Camilo J. Cela en Puerto Banús colgado de un paracaídas. Quiso ser azafato de vuelos. Hizo de Rocky Balboa en una discoteca
Pirri, el conserje jubilado de Marbella que reclama un monumento para Triana
Jose Luis García, Cacho, ha sido acróbata de paracaidismo, camarero del hotel Don Pepe en los dorados setenta, y durante algunas décadas fotógrafo de todo. Ha cosechado amistades entre los famosos cuando ser paparazzi era una ocupación.
–Mañana voy a montar en un paracaídas en Puerto Banús, me anunció Camilo José Cela por teléfono. Me gusta mucho y desde hace tiempo quiero hacerlo, me dijo.
Cela era un cachondo mental. Me lo había presentado el empresario y naviero Fernando Fernández Tapias un día que estaba en su yate atracado en Puerto Banús. Hablamos muchísimo, le caí en gracia, y nos hicimos amigos.
Al día siguiente de esa llamada estaba montado en un pequeño barco con Cela, su mujer Marina Castaño y el piloto. No podía dejar de mirar alrededor para ceciorarme de que no había otro fotógrafo. Cuando vi a ese hombre de cerca de ochenta años, que había conseguido el Nobel de literatura, amarrándose los arnés, yo estaba temblando. Estuvo unos veinte minutos en el aire colgado del paracaídas y yo haciéndole fotos. Luego me llamó para darme las gracias y la enhorabuena por el reportaje. Fue lo mejor que hice. Lo compró en exclusiva la revista Hola y publicó ocho o diez páginas con las fotos. Todavía guardo un ejemplar.
Cacho iba para militar. Estuvo durante seis años en el cuerpo de la Patrulla Acrobática de Paracaidismo del Ejército del Aire y del Espacio de Alcantarilla, Murcia, con un desempeño extraordinario. Saltaba con paracaídas a 4.000 metros de altura, a una velocidad de más de 200 kilómetros por hora y hacía más volteretas de lo exigido. Rozaba lo temerario. Eso fue hasta que una acalorada discusión con un compañero que maltrataba a un soldado tronchó su carrera castrense. En su despedida de la vida militar un oficial que le conocía muy bien, le reveló: "Tienes que estar agradecido a este incidente que seguramente te ha salvado la vida".
Se propuso no alejarse de los cielos y convertirse en auxiliar de vuelo, azafato de aviones. Para ello le exigían conocimientos de inglés, que lo podría adquirir en un programa de intercambio, y nociones de hostelería, para lo cual se apuntó a la escuela Bellamar de Marbella.
–Estuve unos siete meses en la escuela de hostelería hasta que conocí a mi mujer y decidimos casarnos. Empecé entonces a trabajar de camarero en el hotel Don Pepe, donde tenía una cámara fotográfica que guardaba en la taquilla. A veces la llevaba escondida debajo de la servilleta que tenía en el antebrazo. Les hice fotos a Ladislao Kubala, Omar Shariff o Camarón, las hacía por gusto, para mi. Mi padre había sido fotógrafo y yo heredé esa afición.
Después de nueve años dejé el hotel y me puse a estudiar fotografía con Lola Rudolphi, quien me propuso hacer fotos para la revista Lecturas con la periodista Esperanza Navarrete . El primer reportaje que hice fue a Isabel Pantoja en la playa de Fuengirola. Ella estaba con su madre y su hijo, que no tendría más de dos meses. Recuerdo que llegó su marido Paquirri, dando voces y de muy mala hostia. Luego fue otro en el chiringuito del padre de Juanito, el futbolista del Málaga, también en Fuengirola. Así empecé a conocer gente famosa. Me gustaba no solo hacer las fotos sino también el compadreo.
Con el oficio de fotografía siempre salían trabajos. Si el invierno venía regular llamaba a algún famoso conocido y le proponía hacer un reportaje e ir a medias.
No sé cuando se acabó el trabajo de paparazzi. Yo hice el cambio cuando hace unos doce años las agencias se reunieron en Marbella con los fotógrafos y la prensa del corazón para imponer nuevos criterios. Yo no estuve de acuerdo y me levanté de la reunión. Nunca he pertenecido a ninguna agencia, siempre he ido por libre.
La fotografía me dio la posibilidad de compartir mesa con el rey Juan Carlos en Madrid, de la mano de Jaime de Mora, que para mi era mi hermano mayor, fue un apoyo tremendo. Estaba con sus dos perritos en la cama y te invitaba a echarte a su lado para conversar. La cama era su oficina. Una persona encantadora, un ángel.
Me decía: "Ten paciencia con los niños, cuando son pequeños quieres comértelos y cuando tengan veinte te arrepentirás de no haberlo hecho". Era un hombre muy generoso, si mirabas algo que él llevaba te lo daba. Me regaló un casco de motociclista con su nombre, que llamaba la atención. Lo dejé encima de la moto cinco minutos y cuando volví me lo habían quitado. Lo sentí muchísimo. Sí conservo unas botas con tachuelas, de motero, y un zapato blanco de charol dedicado, que también él me lo dio.
Manolo Santana estaba jugando al tenis en su club del hotel Puente Romano. Yo estaba en la pista y vino un pelotazo directo hacia mí. Cogí la pelota en el aire y no se la devolví, después del partido él me la autografió.
Gunilla y Luis Ortíz han sido maravillosos, han trabajado mucho por Marbella, han traído a los reyes de Suecia, jefes de Gobierno de Alemania y a muchas personalidades. Con Los Choris, unos golfos, he tenido muy buena relación con los tres. Un día en la playa Luis me dice: coge al niño, su hijo, y entiérralo, que solo se vea del cuello para arriba. Les hice las fotos a los tres, el niño cubierto de arena y los padres de pie, mirándolo. Con Luis Ortíz he tenido una gran amistad.
De la duquesa de Alba siempre he admirado mucho su independencia. Con los títulos nobiliarios que tenía esa mujer, hacía lo que le venía en gana. Cuando no le gustaba cómo había salido en una foto de la revista me decía en el chiringuito de Marisa, en voz baja y con una mueca: "Eres un cabrón". Su hija María Eugenia también se portaba bien, me avisaba cuando venía el duque de Huescar a Sotogrande, era el compadreo con los famosos.
Fernandez Tapias me llamó por teléfono en una ocasión para decirme que estaba en el hospital, que había sufrido un accidente doméstico y le escayolaron una pierna. Entonces fui para allá, él salió del hospital, tiraba la muleta al suelo y luego la recogía para darme juego. Marisa, una de sus parejas, me llamó para decirme que cuidara sus fotos, que saliera bien. Fui a su casa para que ella las viera las fotos y las eligiera.
Una vez hubo un concurso de misses que después llevaba a las chicas de paseo a Gibraltar. Estaba por ahí Rappel, el vidente, y por otro lado una chica tailandesa que nadie conocía. Le propuse a Rappel que se pegara a ella para hacerles unas fotos juntos, se cayeron bien y los llevé a la joyería de un conocido. Les hice varias fotos eligiendo alianzas. En las revistas salía como si existiera una relación de noviazgo entre Rappel y Two Yupa. "Todo es mentira", me dijo una vez Gil y me quedé con esa frase.
Fermín Muñoz era jefe de sala del Don Pepe, lo dejó para irse a trabajar a la discoteca Rocky. Cuando salió la película con ese nombre con Sylvester Stallone, que fue un éxito, le propuse a Fermín hacer una parodia de Rocky Balboa. A mi contrincante le pintamos con betún, le pusimos una gorra de baño encima de una peluca con caracolillos. Las camareras levantaban los carteles que anunciaban el número de los asaltos del combate. Unos años después se publicó alguna de esas fotos, y muchos aún creen que también he sido boxeador.
En una ocasión el presidente de la Junta de Andalucía, José Rodríguez de la Borbolla, fue invitado a las jornadas gastronómicas que organizaba Santiago Domínguez en su restaurante. El cocinero se disponía nombrarle miembro de la hermandad y para darle solemnidad al acto aparecería blandiendo una espada. A Cacho le encomendó que se encargara de darle el saludo de bienvenida.
A modo de los palpati, que según la leyenda eran los encargados de dar fe de la virilidad del pontífice palpando sus genitales, Cacho puso en práctica esta costumbre para saludar a sus amigos y conocidos.
–Lo abracé y le cogí de los testículos, como solía hacerlo en broma, tal vez lo hice más fuerte que de costumbre, Rodríguez de la Borbolla se quedó tieso.
En otra ocasión el efusivo saludo chocó con la postura hierática de un hombre que vestía traje y corbata negra, tocado con un bombín. Se trataba de Ricardo del Cid un estudioso latinista, amante de las obras de Salustio y de Virgilio, y a la sazón delegado del Ministerio de Turismo.
–El hombre no daba crédito del saludo de Cacho, lo miró fijamente y después le dijo: suerte que viene usted con don Santiago, de lo contrario no sé como hubiera acabado esto, recuerda el propio Santiago.
Julio Iglesias solo quería que le hicieran las fotos del perfil bueno. Yo me empeñaba en dar la vuelta y hacerle del otro lado, entonces él se enfadaba, tenía muy mala leche.
Javier Basilio, el presentador de Televisión Española, me avisó una vez que iba a entrevistar a Isabel Preysler en las pistas de tenis de Puente Romano. Yo fui y me escondí para hacerle fotos mientras él la entrevistaba, hasta que el hijo de Isabel me vio y se chivó. Tuve que salir y presentarme.
En otra ocasión pasé dos días de guardia frente a la casa de Isabel Preysler montado en un hidropedal, esperando a que ella saliera. Desde las siete y media de la mañana hasta las ocho y media de la tarde estuve a unos 150 metros de la casa pedaleando encima del hidropedal y con cuidado de que no me desplazara del objetivo. Así permanecí, a pleno sol, sin poder refrescarme, hasta que finalmente el segundo día decidió salir a última hora. Había otro fotógrafo cerca, bamboleándose en una Zodiac, pero la mejor posición la tenía yo.
En un tiempo fui a vivir a la última planta de un edificio y al salir al balcón veo a Antonio Banderas que estaba poniendo una valla de plástico encima de la tapia para evitar que lo vieran. El jefe de la policía local, que me había conseguido ese piso, le había dicho que en la última planta había un paparazzi. Con Banderas tengo una muy buena relación, cada vez que nos vemos nos damos un abrazo. En una edición del Festival de Cine de Málaga que no fui, cuando llegó con su exmujer Melanie Grifith había más de un centenar de fotógrafos y Melanie preguntó: "¿Dónde está Cacho?".
Una vez Marlene Moreau paseaba con su novio por Puerto Banús y yo empecé a hacerle fotos. Me dijo que no le hiciera y yo seguía. Su novio cogió una caja de madera de cervezas vacía y me la arrojó. Tuve la suerte de esquivarla. Después él se disculpó y tan amigos.
Antes de que las empresas comenzaran a hablar de responsabilidad social corporativa, Cacho consiguió que el casino de juegos de Puerto Banús patrocinara un viaje a una comunidad indígena del Amazonas. Con ello consiguió unirse a un grupo de expedicionarios locales que se proponía llevar ayuda y medicamentos a los Yanomami, una de las pocas tribus que 500 años después de la llegada de Cristóbal Colón a América se ha mantenido aislada a ambos lados de la frontera de Brasil con Venezuela, para convivir un mes con ellos.
–Yo soy un punto y aparte. No fastidio a nadie y voy a mi aire, he hecho de todo, prensa del corazón, periódicos o fiestas, y a veces de relaciones públicas.
Temas relacionados
No hay comentarios