'Bells & Spells' | Crítica

La imaginación o el principio de lo real

Aurelia Thierrée, este miércoles, en el Teatro Cervantes.

Aurelia Thierrée, este miércoles, en el Teatro Cervantes. / Javier Albiñana (Málaga)

En la función de Bells & Spells que abrió este miércoles en el Cervantes el Festival de Teatro de Málaga me acordé de Las cosas, de Perec. Seguramente por aquello de que, con relación a los objetos acumulados a lo largo de una vida, son ellos los que acaban pareciéndose a nosotros, en lugar de parecernos nosotros a ellos. En este trabajo de Victoria Thierrée-Chaplin, protagonizado de nuevo por una Aurelia Thierrée ya conocida por el público malagueño, una suerte de cleptómana empieza a apropiarse de cosas ajenas, pero las consecuencias son inesperadas: en virtud de una portentosa mutación, la ladrona acaba convertida en lo que roba o, tal vez, como insinuaba Perec, son las cosas sustraídas las que adquieren una humanidad consecuente. El presunto argumento es en realidad una premisa para la exposición de un mundo singular y propio, en el que objetos e intérpretes comulgan hasta lograr fusiones asombrosas. Bells & Spells sigue la factura marca de la casa, sin sorpresas, con el sello intacto y bien reconocible de Thierrée-Chaplin; pero lo cierto es que este universo conserva sus alcances, su belleza y sus hallazgos, precisamente, en la medida en que insinúa vías que merecen ser exploradas. Quizá el tono circense se relaja un tanto respecto a propuestas anteriores a favor de un acabado más teatral, pero es de nuevo la conjunción de danza, ilusionismo, marionetas (soberbias) y teatro de objetos, bajo una preclara inspiración del cine (el apellido Chaplin sigue haciendo de las suyas), la que surte sus efectos hipnóticos.

El universo de Thierrée-Chaplin insinúa vías que merecen ser exploradas

El resultado es también el de siempre: la celebración del escenario como ecosistema en el que esta relación entre los individuos y los objetos queda manifiesta en su acepción más amplia. Bells & Spells apela directamente a la imaginación del espectador para demostrar hasta qué punto el ser humano se proyecta en su creación y como ésta antecede, define y dota de sentido a aquél. Desde una ejecución impecable, el teatro es aquí un fin en sí mismo, no un medio. No hay que llegar a ninguna parte: la casa es la meta. Porque, al final, los mecanismos propios de la experiencia no dependen tanto de la interpretación, la mediación ni el adiestramiento, sino de la imaginación, la herramienta que mejor explica qué es lo humano y qué puede cabe esperar del mundo. Una mujer puede ser un sillón, un perchero un dragón: la metamorfosis que advirtió Heráclito constituye el principio de la realidad, pero no se puede conocer, sólo imaginar, siempre, a través del teatro.

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