Crítica de Teatro

Decían que eran felices

No es lo más habitual ver a Chéjov en los escenarios, ya que es siempre una apuesta arriesgada, un salto sin red. El naturalismo extremo de sus textos encierra a menudo inexpugnables sutilezas que son difíciles de encontrar y sostener. Solo hilando muy fino se puede hacer un Chejov que no caiga en la intrascendencia. En vida, el autor vivió la frustración del fracaso, hasta que Constantin Stanislavski supo leer y construir el drama de sus personajes.

Raúl Tejón adapta y dirige 3 hermanas, en una versión con una estructura bastante fiel pero que desnuda de contexto a los personajes, acercándolos a nuestra realidad. Aunque acierta en su intento de hacernos sentir reflejados en los eternos errores humanos y su perenne melancolía, hay algo de la inacción de los personajes y la sumisa aceptación del drama que no se comprende en nuestros días. Es quizá por eso que el lenguaje se actualiza para suplir este desencaje, con algún insulto a destiempo de complicada justificación.

Porque en este montaje el texto es todo. Una palabra que se turna y se derrama, en ocasiones mentirosa, en ocasiones explicativa. Aunque alguno hay, se echan de menos más silencios en los que lata el intra-conflicto y todo aquello que no se revela, la tensión de los secretos que contradicen las palabras que se enuncian. En una puesta en escena enmarcada por un cielo de bombillas y un juego de sillas, los actores esperan su pie para entrar. Ojalá se hubiera explotado más la composición de imágenes más allá del texto, como logran con la muerte de Nicolás.

Ana Fernández, Raquel Pérez y Silvia Marty son las tres hermanas, a las que les falta tiempo para construir su vínculo y complicidad. En el escenario, un total de diez actores: una proeza presupuestaria apostando por un texto dificilísimo. Lo dicho, un salto sin red.

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