Antonio Lucas | Escritor y Periodista

"Gran Sol te hace entender que la vida de los marineros es la vida que el mar no les ha arrancado todavía"

  • El periodista se estrena en la novela con Buena mar, la historia que surge de un reportaje por el que se embarcó en un pesquero en Gran Sol, uno de los caladeros más peligrosos del mundo

"Gran Sol te hace entender que la vida de los marineros es la vida que el mar no les ha arrancado todavía"

"Gran Sol te hace entender que la vida de los marineros es la vida que el mar no les ha arrancado todavía" / Penguin Random House (Málaga)

Decir que Antonio Lucas (Madrid, 1975) se estrena en la novela sería decir una verdad rotunda. Buena mar es la primera obra de este género que publica el madrileño. Pero, para ser justos con el lector sería una verdad sesgada, puesto que no es la novela de un escritor primerizo. Lucas es un patrón experimentado en el buen uso del castellano, versado en la lírica y curtido marinero en el mar de fondo de los reportajes. De uno de ellos, publicado en 2018, nace esta novela, que cuenta como un periodista con sus “hechuras”, Mauro, se enrola en un pesquero rumbo al caladero del Gran Sol, uno de los más peligrosos del mundo.

No es nimio apuntar que el madrileño es poeta, si Alcántara aseguraba que sólo le hacía falta leer un párrafo para saber si su autor se había acercado a la poesía, a Lucas se le nota hasta en el respirar de las comas. “Mi cariño a Manolo es inquebrantable”, dice. No es para menos, fue uno de los maestros que le enseñó a mirar en aquella escuela en la que no entraban niños ni perros que era el Café Gijón. Lugar en el que Lucas era una honrosa excepción. Quizá le enseñó Alcántara a ver el mar en el fondo de una copa al cambiarle un mundano Bic por su pluma sin mayor alarde, pero no por ello le perdió el miedo: “Si eres consciente y quieres volver a tierra entero, conviene que le tengas miedo”, afirma rotundo.

Huele esta novela a las grandes historias que se contaban en las lustrosas revistas americanas de la época dorada del Nuevo Periodismo. Pese a que en la redacción le sigan llamando poeta frente a la máquina de café es difícil despegar a Lucas de su traje de reportero algo bohemio.

Abre el libro con Virginia Woolf: “Las profundidades del mar son sólo agua después de todo”. ¿Le sigue pareciendo que el mar es sólo agua después del viaje?

El mar sigue siendo agua después de todo, pero es un agua llena de vida. Para mí, ahora mismo ese Atlántico Norte tiene once nombres y once apellidos. Ya hay un contenido muy potente, un contenido hermano, un contenido de compañeros que me traje de ese lugar tan terrible y tan infame que es el caladero de Gran Sol. Pero no deja de tener razón Woolf, con todo lo que le sumemos, el mar sigue siendo, después de todo, sólo agua.

"El miedo no es una humillación, el miedo es una defensa"

¿Cuál es la relación que tiene un madrileño, criado lejos de las olas, con el mar?

Es importante que un tipo de fuera del ámbito del mar de repente conozca ese mar, porque ese mar no es el que estamos acostumbrados a ver los que no tenemos tradición marinera. Yo conozco el mar desde la orilla, pero cuando uno se embarca hacia Gran Sol, cuando conoce ese Atlántico Norte tan terrible, tan feroz, tan inclemente, tan injustificable en muchos momentos; la relación que uno tiene con el mar es una relación de asombro, de respeto, de cierto miedo y de absoluta intemperie. Ese mar te da unas órdenes y te dicta unas claves y te da unas señales que yo no era capaz de reconocer en lo que conocía del mar. Para mí el mar ha cambiado mucho de sentido y, sobre todo, ha crecido en cuanto a respeto y, a veces también a resignación. Eso lo he vivido por primera vez en mi vida y de una manera muy poderosa además. Porque, insisto en que no es fácil vivir como vive esa gente.  

¿Vivir alejado del mar hace que le pierdas el respeto o que le tengas más miedo?

Si eres consciente y quieres volver a tierra entero, conviene que le tengas miedo. El miedo no es una humillación, el miedo es una defensa. Hay ciertos momentos en la vida en los que sabes que el miedo es el escudo y cuando estás en Gran Sol eso lo aprendes de los marineros. Al mar no se le desafía nunca. Tengo claro que el miedo es uno de los salvavidas y de las balsas necesarias para soportar y entender que el mar está ahí y que son sus normas. Que tu vida o la vida de los marineros de Gran Sol es la vida que el mar no les ha arrancado todavía.

La figura central del libro son los marineros, ¿se siente impostor el protagonista?

Más que impostor se siente muy polizón. Al narrador, que tiene algunas de mis hechuras aunque no soy yo, le suceden cosas que no son las mías. Él va con mucha honestidad a buscar su reportaje y a intentar mudar de piel porque la vida se le está astillando en Madrid, él cree que la distancia y el mar van a ser la mejor amortiguación para resolver ciertos fracasos, pero se da cuenta de que no es así. Es alguien que se mete en un lugar en el que no tiene ni idea de a lo que se va a enfrentar, ni siquiera conoce a la tripulación con la que va a convivir, que es algo que me pasó a mí. Hay una sensación de incertidumbre, de inquietud. De alguien que, después de tanto tiempo deseando embarcarse, no sabe muy bien qué hace allí. Ni a qué ha ido más allá de a resolver problemas que no se los va a resolver el mar.

"El mar con un héroe y con un poeta hace siempre lo mismo: un náufrago"

¿Cuántos de estos marineros podrían formar parte de sus Santos inocentes?

Los once. Los once son el quilate más puro del humano. Todos ellos son esos personajes en los que he descubierto seres llenos de bondad, de lealtad, de nobleza, de profundidad a pesar de lo poco que expresan… Para mí son todos santos inocentes, que no héroes. El mar con un héroe y un poeta hace siempre lo mismo: un náufrago. Uno de los propósitos de la novela es hacer un homenaje a los invisibles del mar.

Da la impresión de que en el libro al principio se juega con esa romantización del marinero, pero es una idea contra la que se lucha toda la historia. 

Así es, Mauro, el narrador de la historia, entra allí con todo el asombro, con toda la sugestión. Alucinando, intentando descubrir la verdad del mar, de los marineros. Y se da cuenta de que toda esa romantización, toda esa carga de metáfora, de literatura no vale de nada en el mar. El mar todo eso lo aplasta, el mar en dos horas, en dos golpes te ha tirado por tierra toda la literatura que le puedas echar encima. En ese sentido, el personaje va desengañándose de su propia idea del mar y va aceptando la idea del mar de aquellos once marineros que son los que realmente lo conocen después de más de veinte años de oficio.

¿Hay algo peor que los calcetines húmedos?

Toda la ropa húmeda. Yo dormía vestido, sólo me quitaba el chubasquero, porque con la humedad tan fuerte no me apetecía nada quitarme la ropa pese al inconveniente que era dormir con ropa tan usada, tan húmeda. Pero es que no era capaz. Y esa sensación de llevar el mar hasta el tuétano y no desalojarlo nunca tiene un punto muy agónico. No hay nada más agónico que un hombre durmiendo vestido con la misma ropa durante días y días y días.

Alcántara decía que con leer un párrafo sabía si un escritor se había acercado a la poesía. ¿Cuánto se separa esta novela de la escritura poética?

Manolo era uno de los hombres más sabios, que con su capacidad de observación podía detectarlo todo. No sólo la poesía en un párrafo, sino el mar en un vaso y lo que hiciese falta. Mi admiración hacia Manolo y mi cariño son inquebrantables. En el caso del libro, la poesía la he tenido que sujetar mucho. Yo hice cuatro borradores: en el primer borrador estaba un poco desatada. Donde yo paso más tiempo de mi vida es en la poesía, pero aquí no la necesitaba. Necesitaba la ficción, lo que pasa es que inevitablemente la poesía se filtra, se revela, se incrusta, se mete de polizón en tu propia escritura. Hay momentos en los que la necesitas para poder decir algo que no sabes decir de otra manera. Es un libro que sí que tiene el pulso de la poesía, pero no es un libro que pretenda que sea poético. Tiene algunas ráfagas que son inevitables por venir de donde vengo. Es un libro en el que, más que la poesía, pesa la herida que algunos seres llevamos dentro.

¿Le siguen llamando el poeta en la cafetería de la redacción o ahora es el novelista?

Eso ya no se quita. En la reacción sigo llevando con mucha dignidad el piropo de poeta, que no es ningún piropo en una redacción. Pero son mis amigos, son mis compañeros y lo hacemos con mucha broma y con muy buen tono.

La editorial le presenta, pese a ello, como un periodista estrella, ¿se siente realmente así?

No, eso son pequeñas estrategias de editorial con las que yo no estoy de acuerdo. Les pedí que lo borrasen, pero no me hicieron caso, no sé por qué. En cualquier caso: no, en absoluto. Yo soy un periodista como tantos otros compañeros y compañeras y lo que me gusta es el oficio, currar… Tengo mis desengaños sobre él, inevitablemente. Algunos están en la novela. Tengo mis entusiasmos, también creo que están en los reportajes que hice cuando regresé de Gran Sol. Aquí no hay estrella, lo único que hay es oficio. A veces se acierta, a veces no se acierta…

La novela está escrita en primera persona, ¿es un recurso necesario para alejarse de la tercera persona periodística?

Exactamente. El reportaje era, simplemente, la mirada de un testigo y aquí me hacía falta esa parte arterial, emocional que el periodismo no la permite. La primera persona también da más determinación de cómo ha sido la experiencia que quieres contar en cualquier caso. Si la quieres contar con la voz de otro, yo no la hubiese podido contar de la manera en la que lo escribí, de manera tan frenética. Yo escribí muy fuerte durante dos años, en rachas y ritmos de muchas horas y con mucha tensión, que hacía tiempo que no me sucedía, el escribir con tanta tensión. Y eso me lo permite también el escribir en una primera persona de la que yo podía entrar y salir. Entrar a contar lo mío y salir para que fuese ya el narrador el que fuese contando lo suyo, sus experiencias de Madrid, sus aventuras. La primera persona me permite hacer que este libro que es el libro que yo he escrito porque lo he vivido sea el libro que yo he vivido. 

"Gran Sol no concede segundas oportunidades a los solistas"

La estructura del libro recuerda mucha al de las grandes historias por entregas de la época dorada del Nuevo Periodismo, ¿es algo premeditado?

No había pensado en eso, no era mi intención ni mucho menos. Las horas en un barco de ese tipo en el que todo es tan inmenso y tan tremendo, pasan muy lentamente. Intenté contar en espacios breves, en pequeñas cápsulas, toda esa intensidad. Me planteé una novela de continuo, pero me di cuenta de que lo mío tenía que ir más por los impactos, por las ráfagas, por las rachas de malestar, de tranquilidad, de miedo, de complicidad, de entusiasmo… Cuando me puse a escribir sabía que contar la novela en pequeñas cápsulas es lo que da la imagen también de esa expedición, de ese oficio de pescador de Gran Sol en el que cada hora es distinta y cada hora tiene un hachazo diferente.

“El Gran Sol no está en ningún mapa, los paisajes verdaderos nunca lo están”. Si tuviera que hacer un mapa con sus lugares verdaderos, ¿cuáles serían? 

Mis lugares verdaderos no sé si están en los mapas: son mi mujer, algunos amigos, algunos libros, dos o tres paisajes que sí están en los mapas, los marineros de Gran Sol... La mayoría de mis paisajes no salen en los mapas nunca, tienen generalmente una manera de convocarlos que no es el viaje, muchas veces es la emoción, el amor o la comunicación.

¿Volvería a Gran Sol?

No, no, no… Gran Sol no concede segundas oportunidades a los solistas. A Gran Sol no hay que tentarle demasiado, uno cuando sale en pie de allí sabe que ha sido probablemente un golpe de fortuna, una concesión del mar y una destreza del patrón con el que te embarcas. Aquello es sólo un territorio para trabajar y para penar y yo ya he visto lo que es su vida. Volver a Gran Sol sería desafiar a ese territorio de aguas inclementes. Eso sería una impertinencia y el mar no acepta impertinencias.

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