Cultura

Memoria de la batalla de Bentomiz

  • La revuelta de los moriscos en 1569 contra las nuevas leyes que prohibían muchas de sus prácticas habituales tuvo su episodio definitivo y más sangriento en la inexpugnable Frigiliana, con 2.400 muertos

La historia de los moriscos, españoles musulmanes que aceptaron el bautismo tras la Reconquista y sus descendientes, destila la tristeza del obligado exilio, incluso para aquéllos que se convirtieron en renegados para cristianos e islamistas por causa de su origen y de la fe que abrazaron con tal de permanecer en casa. La batalla de Bentomiz, conocida también como la del Peñón de Frigiliana, constituye el episodio último de la historia de los moriscos en la Península, un final amargo que demuestra la desesperación de quienes llegan a sentirse extranjeros en todas partes.

El marco en el que se desarrollan los hechos viene fijado por las leyes que en la segunda mitad del siglo XVI prohibieron numerosas prácticas que entre los moriscos habían permanecido como señas de identidad desde la Reconquista. Tras la toma de la próspera comarca de Bentomiz (tradicionalmente identificada con la Axarquía malagueña, aunque en realidad se extendía desde Torrox hasta Alcaucín, pasando por Canillas de Aceituno y Canillas de Albaida, sin incluir Vélez) y la Capitulación de 1491, los musulmanes mantuvieron sus costumbres sin demasiados problemas, situación que, tras diversas revueltas violentas, se vio truncada con la pragmática de 1502 y la obligación del bautismo para quienes decidieran quedarse en la Península. Apareció así la calificación de moriscos, referida en realidad a una clase social que durante medio siglo disfrutó de derechos relacionados con la lengua, la vestimenta y la posesión de armas a cambio de su conversión. En 1553, sin embargo, Felipe II prohibió el uso de armas a los moriscos y poco después las Cortes de Castilla les negaron el derecho a emplear esclavos negros. En 1566 se les prohibió usar vestimentas árabes y se les obligó a llevar anudado un pañuelo azul como signo de su condición racial. Más tarde se les denegó el uso de la lengua árabe, la poligamia, el derecho de las mujeres a llevar el rostro descubierto y la libre circulación urbana. Se destruyeron baños y se cerraron mezquitas, tal y como cuenta Antonio Navas Acosta en su estudio La batalla de Frigiliana, publicado en la revista Jábega. La situación se hizo insostenible y se sucedieron las revueltas. La más importante fue la de las Alpujarras, en la que participó el almeriense Yuder Pachá, futuro conquistador de Tombuctú. La de Bentomiz tuvo su fatal desenlace, según narra el cronista Mármol de Carvajal, en Frigiliana hace 440 años.

La mecha se prendió en Canillas de Aceituno, donde los moriscos, soliviantados por un personaje de ansias revolucionarias llamado El Muezzin, se alzaron en armas contra las nuevas leyes. Tras algunos altercados, salió una partida de monfíes en busca de los moriscos de las otras villas de la comarca. Con facilidad se creó una concentración de 16.000 hombres, mujeres y niños que habían abandonado sus casas, desde Torrox hasta Alcaucín, dispuestos a plantar cara. Tras apresar a algunos cristianos y liberarlos posteriormente en Vélez, para dar cuenta de su alzamiento, se apostaron en el inexpugnable Peñón de Frigiliana, liderados por un morisco llamado El Darra.

Castilla respondió con contundencia. Tras un primer asalto fallido al Peñón, dirigido por el corregidor veleño Arévalo de Suazo, el 28 de mayo con 1.400 hombres, el comendador mayor de Castilla envió desde Italia 25 galeras que alcazaron la costa de Torrox. Las fuentes apuntan diversas cifras de combatientes entre 4.500 y 10.000, además de 500 cautivos turcos y berberiscos. Resultaron suficientes, en todo caso, para aplastar la rebelión. El día de San Bernabé, Frigiliana se cubrió de sangre, gritos y espantos de las arcabucerías y grilletes. Unas 2.400 personas perdieron la vida, la mayoría ancianos, mujeres y niños, moriscos indefensos que ya no tuvieron miedo a perder lo perdido.

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