Calle Larios

Ciudades como bibliotecas

  • La Biblioteca Cánovas del Castillo celebra setenta años de vida para los lectores, y eso se traduce en nombres y apellidos 

  • Por más que los fuegos artificiales estén en otra parte

Es en las bibliotecas donde la cultura entendida como vecindad adquiere todo su sentido.

Es en las bibliotecas donde la cultura entendida como vecindad adquiere todo su sentido. / M. H.

Asistí el otro día al acto de celebración del 70 aniversario de la Biblioteca Pública Cánovas del Castillo, en el Centro Cultural Provincial MVA de la calle Ollerías. El encuentro sirvió para inaugurar la exposición que conmemora la efeméride y que narra la historia de la institución a través de fotografías, documentos y fondos bibliográficos. Aunque no hubo tarta (ni falta que hizo), las velas se dieron por sopladas. Y no sin cierto alivio: el acto debió haberse celebrado el pasado mes de abril, en coincidencia con el Día del Libro a modo de ocasión significativa, aunque la pandemia, claro, obligó a un aplazamiento amargo ahora felizmente culminado. Hasta cierto punto, es paradójico que mientras tanto la biblioteca no haya dejado de trabajar ni un solo día, facilitando préstamos y servicios online durante el confinamiento y desde finales de mayo de nuevo con la atención personal de siempre, aunque sea a través de mamparas y con los libros cuidadosamente desinfectados y metidos en bolsas de papel antes de su entrega a los lectores. Si de algo puede presumir Málaga, aunque por lo general prefiera atenerse a otras razones para mostrarse presumida, es de sus bibliotecas: tanto la Cánovas del Castillo como la Provincial y la Red de Bibliotecas Públicas Municipales atienden a un número creciente de usuarios (sólo la primera cuenta ya con 20.000 socios inscritos y más de 100.000 préstamos, servicios y atenciones contabilizados al año) en una dedicación que trasciende lo cultural para abordar también lo social. Pero esta evidencia también tiene mucho de paradoja: muy a pesar de este éxito, y a la espera de la nuevas sedes de la Biblioteca Municipal del Distrito Centro en San Andrés y de la Biblioteca Provincial en San Agustín, a buena parte de estos equipamientos no les vendría nada mal una modernización de sus instalaciones, fondos (mucho más allá de la lectura), programación cultural y vías de acceso a la altura de lo que cabría esperar de una ciudad como Málaga. Por mucho que las bibliotecas, por su carácter cercano y cómplice, respiren voluntarismo y abnegación, sería justo reconocer su labor como agentes culturales de primer orden con inversiones a la altura. El problema, ya saben, es que también a la hora de prender los fuegos artificiales y de colgar las medallas de la cultura la atención suele ponerse en otra parte. Al cabo, todo va con los tiempos: es hasta cierto punto lógico que las únicas instalaciones culturales concebidas y empleadas esencialmente para los vecinos, y no para los turistas, queden en un segundo plano cuando de promocionar la Málaga cultural se trata.

Bien podría Málaga presumir de ser una ciudad de bibliotecas. Porque, de hecho, lo es

Pero escribo ahora sobre la Biblioteca Cánovas del Castillo porque es aquí donde me he formado, y donde sigo formándome, como lector. Pocas instituciones de Málaga me han acompañado en mi trayecto vital como este centro: primero en su sede de la Plaza de la Marina, donde en mi adolescencia empecé a trenzar la lectura como una forma de estar en el mundo entre los títulos que me prodigaba la biblioteca y los libros que mi padre guardaba en casa; y desde hace ya dos décadas aquí, en la calle Ollerías. La biblioteca cambió de barrio casi a la par que yo, como si hubiera decidido seguir haciendo valedero mi carnet de socio durante más de treinta años. Si las ciudades son libros que pueden ser leídos, las bibliotecas arrojan a sus historias argumentos propios, con arquitecturas a veces admirables (como la Manuel Altolaguirre, en la Cruz del Humilladero; tal vez mi edificio favorito de Málaga), otras más discretas, de cualquier forma casas abiertas a la inquietud de cada uno, a su ocio o a su negocio, al pasatiempo o a lo que está en juego, y para cuyo acceso únicamente se pide a quien entra una virtud: el silencio. Sí, haría bien Málaga en aspirar a ser una ciudad de bibliotecas. Porque ya lo es, de hecho. Con menos impostura y mucha más verdad.

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