Cultura

El candor de la bofetada

  • El británico Marc Quinn reúne en el CAC una retrospectiva de sus últimos quince años con obras realizadas expresamente para la exposición, que podrá verse hasta el 30 de noviembre

Por decirlo rápido, Marc Quinn (1964) es uno de esos tipos capaces de hacerse una morcilla con su propia sangre. Alcanzó este hito en 1996 para su obra Incarnate, que desde ayer puede verse, junto a otro medio centenar de piezas, en Violence and serenity, la exposición del CAC Málaga que hasta el próximo 30 de noviembre presenta una suerte de retrospectiva de cuanto han dado de sí los últimos quince años de este creador único y complejo, junto a algunos trabajos realizados expresamente para la muestra. Más allá de toda la pirotecnia que envuelve a los Young British Artists (entre los que Quinn ejerce un cierto quintacolumnismo), lo cierto es que el creador en cuestión tiene una tela jugosa que cortar, y la exposición del CAC así lo demuestra. El director del centro y comisario de la muestra, Fernando Francés, presentó ayer en la puesta de largo de Violence and serenity a Marc Quinn como "un artista que tiene mucho de filósofo, en el sentido de que no se limita a hacer de reportero ni de testigo privilegiado de la realidad. Quinn se pregunta el por qué de las cosas, pero no sólo: a través de sus obras, en gran medida, propone soluciones para que las cosas cambien".

Como indica el título de la exposición, Violence and serenity es una celebración de la paradoja a través de una representación de algunos de los conflictos éticos y estéticos más candentes. Tal y como explicó ayer el propio Quinn, "mi obra es la expresión de lo que significa ser una persona en el mundo actual, en la medida en que todo arte es un reflejo de su tiempo. Aquí se dan cita lo bello y lo terrible. Y sí, es una paradoja. Pero el resultado final dependerá de cómo lo quiera ver el espectador". En el fondo, lo que Quinn propone es una vuelta de tuerca al viejo dilema aristotélico respecto al placer estético que procura la tragedia. Así ocurre en las series The Creation of History y History Painting, con óleos sobre lienzos y tapices que representan con asombrosa fidelidad escenas de violencia callejera ocurridas muy recientemente en ciudades como Río de Janeiro y Estambul. Pero también en Flesh painting, una serie de pinturas de un impresionante hiperrealismo y una agresiva crudeza que pulverizan los límites entre realismo y abstracción . En Toxic Sublime, la serie que preside la exposición y que muestra el CAC con categoría de estreno absoluto, comparecen unos paisajes presuntamente hermosos pintados sobre láminas de aluminio deformadas y sometidas a una decadencia casi orgánica mediante una capa de pintura pulverizada y posteriormente lijada de forma repetida. La impresión del conjunto, tal y como explica Quinn, "es la de un avión que se ha estrellado y se ha hecho añicos, pero resulta que en esos restos hay lugares para la belleza. En parte, lo que pretendo con esta propuesta es que la autoría corresponda a la sociedad. Los medios de comunicación nos ofrecen cada día imágenes que llegan a ser muy violentas, pero siempre queda un rastro de belleza en el mundo". De cualquier forma, aunque la muerte es un argumento de fuerte relevancia en su obra (a través de elementos como la sangre, con la que Quinn ha experimentado mucho más allá de Incarnate), el artista lanzó ayer un mensaje contundente a modo de advertencia: "El tema de mi obra no es la muerte, sino la vida. La muerte me resulta aburrida".

Violence and serenity funciona así a ojos del espectador como una bofetada soltada a la mejilla con el mismo candor con el que se propinaría el beso; la perplejidad que suscita se corresponde, en todo caso, con la posición consternada del hombre contemporáneo ante el mundo. Pero, preguntando ayer por la posibilidad de que el arte llegue a ser efectivo para modificar el entorno hacia un planeta más amable, Quinn no dudó en echar mano de la utopía a partir de la experiencia. Para ello rememoró una de sus obras más conocidas, la escultura de la artista británica Alison Lapper, que nació sin brazos a causa de una enfermedad llamada focomelia. Lapper posó para Quinn cuando estaba embarazada y éste talló en mármol la escultura Alison Lapper Pregnant, que estuvo expuesta en Trafalgar Square entre 2005 y 2007: "Aquella escultura generó muchos más debates que todas las campañas sobre discapacidad que se habían organizado hasta entonces en Londres. Después, en la inauguración de los Juegos Paralímpicos de 2012, se exhibió la escultura y a su lado se situó nada menos que Stephen Hawking. Los efectos fueron inmediatos, se causó una impresión notable entre quienes veían la inauguración por televisión y se demostró que si se establece un diálogo entre el arte y los medios de comunicación pueden conseguirse objetivos muy valiosos". Quinn, por cierto, aprovechó la coyuntura para lanzar ayer un alegato a favor de la presencia en espacios públicos: "El arte público es mucho más importante que el que se exhibe en museos, porque quienes lo ven no constituyen una audiencia selecta. La gente no espera encontrar una obra de arte en la calle, y eso genera emociones y respuestas muy necesarias. Por eso me parece vergonzoso el arte público que se queda en lo decorativo y rechaza su intención de interrogar, de afectar, de sugerir ideas".

En una de sus pinturas, Quinn se apropia de Zurbarán para bordar un autorretrato con indumentaria urbana (un registro especialmente explotado en sus esculturas de zombis). Y explica: "Todo el arte fue contemporáneo en su día, y es importante ver cómo otros significaron antes en su tiempo". El eco del futuro ya rebota en el ahora.

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