artes escénicas

Hubo cocodrilos, pero con plumas

  • 'Priscilla. Reina del desierto' da todo lo que se espera (y más) de un buen musical: la posibilidad de escapar del mundo a base de música disco

Representación de 'Priscilla. Reina del desierto', ayer, en el Teatro Cervantes.

Representación de 'Priscilla. Reina del desierto', ayer, en el Teatro Cervantes. / javier albiñana

No, en serio, Priscilla. Reina del desierto tiene una de las mejores escenas que un servidor ha visto en un escenario: la del Tele-Tubbie aplastado en la carretera. Sólo por eso merece la pena adquirir la entrada. Y precisamente es ahí, en el humor más petardo e irreverente, donde el musical ofrece sus mejores ases. De entrada, el espectáculo viene con los deberes hechos: el Teatro Cervantes acogió ayer la primera de las siete funciones programadas hasta el domingo lleno hasta los topes, y volverá a quedarse pequeño para las seis siguientes. Es lo que hay: cuando dentro de unos días se haga público el balance del Festival de Teatro (al que Priscilla pone el broche final, se acabó lo que se daba) ya sabremos a quién echar la culpa del éxito. Mientras tanto, nuestro musical sube a las tablas la película homónima (uno se tira todo el rato echando de menos a Terence Stamp, pero esto es una cuestión personal) con todo el ingenio para llenar el espacio de chistes verdes y a la vez resultar todo el rato cándido, familiar, pro-Disney, bonito, casi catequético. Donde el filme daba la vuelta con inteligencia a las historias de tipos duros a base de sacar a los peces del agua, aquí abunda el azúcar servido por padres que quieren mucho a sus hijos (aunque nunca hayan echado cuenta de los presuntos) y viceversa. Afortunadamente, no es éste el tono predominante. Recuerden al Tele-Tubbie aplastado, sin azúcar que valga. Mejor sigamos por ahí.

Porque también sale aplastado un canguro, y hasta un koala. Claro, la historia transcurre en Australia, en la Australia profunda, que aparece prefigurada como una especie de Puertollano con puntas metálicas en las botas. Uno se pregunta dónde puñeta están los cocodrilos hasta que cae en la cuenta de que han salido ahí todo el rato, con las plumas puestas. Hasta este páramo viajan las heroínas, ya saben, dispuestas a llenarlo todo de música y color, aunque no siempre sean bien recibidas. Con un reparto de cantantes y bailarines espectacular , lo que no falta en Priscilla. Reina del desierto es producción. La escenografía enigmáticamente navideña del comienzo da paso un desfile de ambientes bien logrados, presididos por el autobús (plantado tal cual) que da nombre al invento. Los contrastes entre los tonos chillones de las drag queens y los áridos contextos funcionan bien en su intención plástica, pero no sufran: aquí se trata de bailar todo el rato y ahí que suenan Don't leave me this way, I say a little prayer for you, Go West, It's raining men, What's love got to do with it, Material Girl, True Colors, I will survive y las que ustedes quieran. Total, que todo termina siendo un fiestón. Qué alivio luego al quitarnos los tacones.

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