Descansar en paz | Netflix

Desaparecer a empujones

Joaquín Furriel, premiado en Málaga, en una imagen del filme.

Joaquín Furriel, premiado en Málaga, en una imagen del filme.

En el epicentro de esta Descasar en paz hay una idea argumental siempre atractiva: cambiar radicalmente de vida, dejar atrás el pasado y comenzar de nuevo en otro lugar. Emmanuele Carrère la desarrolló en la reivindicable La moustache (2005) desde el absurdo de un bigote afeitado como pasaporte a la invisibilidad, enviando a su personaje, interpretado por un gran Vincent Lindon, de su anodina vida familiar y laboral parisina al anonimato entre el caos de Hong Kong.

Suponemos que cumpliendo con demandas de Netflix, el guion y la película de Sebastián Borensztein (Un cuento chino, La odisea de los giles) necesitan de argucias y giros mucho más aparatosos, siempre dentro del esquema del thriller y con mucho menos vuelo metafórico, para hacer huir a su protagonista (Joaquín Furriel, premiado en Málaga), un empresario en crisis acuciado por las deudas y amenazado por uno de sus prestamistas, de su sólida y ejemplar vida como esposo y padre de familia (judía).

Nada menos que un atentado terrorista histórico (AMIA, 1994) es el detonante de esa posibilidad de escape, también el primer gran golpe de efecto de una película que se empeña en obviar todas sus posibles salidas airosas, no digamos ya toda posible reflexión sobre la culpa, la usurpación o la memoria, en aras de nuevos volantazos o elipsis que la llevan de manera bastante forzada hacia su catártico desenlace. 

Entre este último y el prometedor prólogo, Descansar en paz desdobla con desequilibrio sus dos caras del duelo entre Buenos Aires y Paraguay, deja crecer la barba y la carcoma a su fugado y recompone su vida perdida con una rocambolesca (y falsa) redención de su némesis como nuevo pater familias. Demasiada metralla para que el entretenimiento no venga muy agujereado de fábrica.