La inmortalidad se llama ABBA


Teatro Cervantes. 22 de octubre de 2009. Musical Mamma Mía!. Libreto: Catherine Johnson. Música: Benny Andersson y Björn Ulvaeus con la colaboración de Stig Anderson. Coreógrafo: Anthoyny Van Laast . Intérpretes: Nina, Marta Valverde, Rita Barber, Georgina Llauradó, Daniel Diges, David Castedo y Carlos Segui, entre otros. Directora: Phyllida Lloyd. Director musical: Alfonso Casado. Aforo: Lleno (1.100 personas).
Vaya de antemano que quien esto suscribe no siente una predilección especial por los musicales y, menos aún, por aquellos cuyo éxito se mide en cifras. Miles de espectadores, centenares de ciudades visitadas y entradas agotadas en todas las plazas. Suele resultar más cómodo invertir en una entrada compartida con la masa, que no conlleva mayor riesgo que el de no saber disimular ante tus congéneres algún atisbo de decepción. Con todos estos condicionantes como programa de mano, Mamma Mía no pintaba demasiado bien. Pero bastaron dos horas y media de espectáculo en estado puro para cambiar de opinión y agachar la cabeza ante todo un alarde de interpretación vocal y actoral.
El musical con los éxitos de ABBA y el mismo relato de su versión cinematográfica, convence. Si a una Jesucristo Superstar lograba dormirla en una butaca idéntica, y con Hoy no me puedo levantar le chirriaban los oídos, el pasado jueves la inercia no se cumplió. Con excepción de un Nina sobreactuada y con las pilas agotadas -quizás tenga que ver cinco años haciendo el mismo papel- el resto del elenco supo conducir sin atropellos al espectador a la isla griega donde Donna repasa su vida y recuerda los felices 70 junto a las Dynamo a ritmo de Voulez-Vous, Chiquitita o Gimme! gimme! gimme!
Cuando se trata de un musical que mueve a más de veinte artistas en escena no se espera que canten, bailen e interpreten con igual dignidad. Pero -una excepción más- Mamma mía! lo consigue. Tanto las voces de sus protagonistas como el directo -impecable- de la orquesta logran traducir sin desatinos el pop pegadizo de los eurovisivos suecos. Vale que trabajar sobre los temas inmortales de Abba tiene la mitad del camino ganado, pero se necesita una buena puesta en escena para que del simple tarareo se pase al aplauso continuado. Y aquí se logra la alquimia. El vestuario, el juego de luces y las atrevidas coreografías se aunaron en ese empeño por demostrar que hay musicales currados que no desmerecen a su versión original.
Pese a su omnipresencia, la banda sonora no eclipsó momentos interpretativos realmente cómicos como el desenfreno de Marta Valverde y Rita Barber durante los preparativos de la boda, o alguna que otra escena de la despedida de solteros -agradecidamente- subida de tono. Para contrarrestar el amoroso Happy End llegó un Waterloo a modo de apoteosis final que volvió a echar por tierra cualquier prejuicio. Hay musicales y musicales.
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