Pata Teatro en el ocaso de los comediantes
Artes escénicas
La compañía malagueña presenta en ‘Los últimos cómicos’, en escena en el patio del Instituto Gaona hasta el 9 de agosto, un delicioso homenaje a su oficio como medio de resistencia
Pata Teatro o el último suspiro del Siglo de Oro
Los últimos cómicos
Pata Teatro. Texto y dirección: Macarena Pérez Bravo y Josemi Rodríguez. Intérpretes: Virginia Nölting, Josemi Rodríguez y Macarena Pérez Bravo. Ayudante de dirección: Carmen Baquero. Vestuario: Elena Oreja. Escenografía: Vicente Palacios. Funciones: en el patio del Instituto Vicente Espinel (C/ Gaona) hasta el 9 de agosto. De lunes a sábado a las 22:00.
Después de doce años de devoción ininterrumpida al repertorio clásico, la compañía malagueña Pata Teatro sorprendía con la elección de la propuesta para la corriente edición del ciclo Clásicos en Verano, que, al igual que en las últimas convocatorias, se celebra hasta el 9 de agosto en el patio del Instituto Vicente Espinel, más conocido como Gaona por los malagueños de pro. Por primera vez, la agrupación brindaba un título de creación propia, Los últimos cómicos, que cuenta las desventuras de los tres últimos miembros de una compañía de cómicos en España en la transición del Siglo de Oro a la Ilustración. La obra, escrita y dirigida por los fundadores de Pata Teatro, Macarena Pérez Bravo y Josemi Rodríguez, constituye ciertamente una novedad en el ciclo pero, al mismo tiempo, establece una continuidad firme en relación con su identidad: Pata Teatro ha querido siempre que sus funciones veraniegas constituyan para el público una puerta de entrada al mundo de los clásicos del teatro, a su estética, sus códigos y sus procedimientos, con especial atención al Siglo de Oro, aun cuando las obras escogidas remitían a otros periodos como el grecolatino (recordemos, sin ir más lejos, la Antígona del año pasado), y tal intención pedagógica se manifiesta en Los últimos cómicos como seguramente no lo había hecho hasta ahora en el ciclo. Y por eso se trata, tal vez, de uno de los espectáculos más importantes de su historia.
Pérez Bravo, Rodríguez y Virginia Nölting dan vida a estos tres últimos cómicos, supervivientes de un oficio que parece abocado a su extinción. Los acontecimientos se sitúan entre los siglos XVII y XVIII, cuando los viejos corrales de comedias se vieron obligados a cerrar sus puertas a cuenta de las nuevas normas relativas a la preservación de la moral y las buenas costumbres, en un proceso paralelo al que vivieron en Inglaterra los antiguos teatros isabelinos. El teatro, arte resistente donde las haya, sobrevivió, por supuesto: experimentó una profunda transformación auspiciada por la Ilustración, que, entre otras novedades, introdujo escenarios y modos para la representación que han perdurado hasta nuestros días; pero para la mayor parte de aquellas compañías errantes, el desuso de los corrales hasta su definitiva clausura entrañó el final del mundo conocido y, de paso, de su medio de subsistencia. Los últimos cómicos rinde tributo, ciertamente, a aquellos artistas que preservaron a viva voz el acceso del gran público al lenguaje poético, cuando todavía el acceso al libro era escaso, reservado y exclusivo. Y lo hace en un tono de comedia agridulce, conmovedor siempre, para demostrar que la pedagogía no está ni mucho menos reñida con la emoción.
Con la participación de todo un talento mayor de la escena malagueña como Carmen Baquero en la ayudantía de dirección, el vestuario de Elena Oreja, la escenografía de Vicente Palacios y el resto de colaboradores habituales de la compañía, Los últimos cómicos aprovecha bien la proximidad del público, obligada en el patio del Gaona, para invitar al respetable a una inmersión por derecho en aquel Siglo de Oro tardío. Aunque la dramaturgia es original, se presenta al oído del espectador trufada de textos de los mayores autores de la época, de Calderón a Lope pasando por María de Zayas, Teresa de Jesús y hasta William Shakespeare. El espacio escénico, quizá el más ambicioso en la historia de los Clásicos en Verano de Pata Teatro, resulta eficaz para el juego cómico de entradas y salidas y contribuye de manera decisiva a la calidad de la inmersión: es fácil tener la impresión de que, ciertamente, estamos allí. Pero Los últimos cómicos es también una invocación del ejercicio del teatro como práctica de resistencia en un mundo cada vez más extraño, inhumano, mercantilizado y voraz; y esta apreciación atañe a todos, especialmente al público que hace posible las funciones. Así es: en el patio del Gaona tiene lugar cada noche un pequeño gran milagro, la celebración de una cultura real, de carne y hueso, que se da con la mayor generosidad y que pone en escena las miserias y alegrías de la gente común. Ese encanto, ya saben, que solo el mejor teatro es capaz de prender.
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