Cultura

"Habrá teatro mientras queden dos personas en la Tierra: es una necesidad"

  • El intérprete mantiene su querencia al 'clown' en 'Encerrona', el espectáculo que sigue en marcha después de 25 años y que el próximo viernes día 7 llega al Teatro Echegaray

En pocos actores nacidos después de 1950 se da una síntesis tan perfecta de compromiso con la mejor tradición del teatro español y la popularidad que otorga la televisión como en Pepe Viyuela (Logroño, 1963). Habitual del Festival de Teatro Clásico de Mérida, en su curriculum escénico figuran desde La visita de la vieja dama de Dürrenmatt junto a María Jesús Valdés hasta el reciente éxito de Los habitantes de la casa deshabitada de Jardiel Poncela pasando por la inolvidable lectura escénica de El pisito de Azcona. En el cine trabajó a las órdenes de Julio Medem en Tierra, aunque su trabajo más recordado es la encarnación del Filemón de Ibáñez para Javier Fesser y Miguel Bardem. Viyuela es también poeta y vicepresidente de la ONG Payasos Sin Fronteras, y lleva 25 años dando cuerda a su Encerrona, homenaje sencillo y cálido donde los haya al clown que más de uno quisiera llevar dentro y con el que comparecerá el próximo viernes día 7 a las 21:00 en el Teatro Echegaray.

-En una entrevista reciente, Sergio Peris-Mencheta me comentaba que en el teatro español se sigue hablando mucho de Peter Brook pero que nadie como usted ha sabido llevar a escena la lección de El espacio vacío. ¿Cuánto hay de espontáneo y cuánto de buscado en su Encerrona?

-La obra no responde tanto a una búsqueda sino al gusto por lo sencillo. Nace de la convicción de que en el teatro, cuando más se prescinde de aparataje, con más facilidad se encuentra lo que se quiere. No se trata, en absoluto, de menospreciar el trabajo de iluminadores y técnicos, sino de caer en la cuenta de que a veces nos complicamos demasiado la vida.

-¿Y dejar de complicarse la vida significa volver a la infancia?

-Claro. Yo tuve mi primera experiencia como espectador con 13 años. Fue en mi instituto. Vinieron unos individuos con unas sábanas y nos contaron La Odisea sin más ayuda. Lo recuerdo como una de las experiencias más decisivas de mi vida. De inmediato supe que aquello era lo que yo quería hacer: todo con nada. El teatro es magia pura. Cuando se vuelve esencial, todo se hace posible siempre que se cuente con la imaginación. Entonces, el espectador y el actor comparten un instante único. Fíjate, a veces, cuando voy de gira con Encerrona y llego al teatro sólo con mi maletita, me da por pensar que puedo dar una imagen de cutre. Pero lo que hay en mi maleta nos da de sobra al público y a mí para llegar a donde queremos ir.

-¿Qué le parece que ahora las producciones teatrales tiendan en su mayoría también a la sencillez aunque sea para ahorrar?

-Como ocurre a veces, de la necesidad nace la virtud. Se trata de algo bastante lamentable, aunque no deja de demostrar que la vitalidad del teatro es irreductible, y que la escena no se va a venir abajo porque falte presupuesto. Eso sí, esta garantía no reduce la evidencia de que quienes nos dedicamos a esto lo estamos pasando mal. La política cultural es nefasta. Pero ha tenido un efecto inesperado en la medida en que ha terminado abriendo las puertas a un teatro más libre, de mucho talento, que no teme a los recortes ni a que le retiren las subvenciones.

-¿Confía en una corrección de la subida del IVA en las entradas del teatro para este año?

-La subida del IVA cultural hay que corregirla porque obedece de manera clara a una filosofía que considera la cultura como un artículo de lujo. Y también tiene mucho de castigo a la gente del teatro y del cine, a ver si somos menos díscolos. Sin embargo, al mismo tiempo, quienes hacemos teatro debemos asumir la responsabilidad de buscar nuevas fórmulas para convencer al público de que acuda al teatro, por más que el IVA encarezca las entradas, aunque sea porque tenemos que comer. Yo mismo he notado en Encerrona una caída abultada de espectadores, pero prefiero ver la botella medio llena y pensar que, a pesar de todo, hay que gente que sigue viniendo a vernos, y que habrá que inventar propuestas para que no deje de hacerlo. Contrariamente a lo que piensa el Gobierno, el teatro no es un lujo, sino una necesidad social. Seguirá habiendo teatro mientras queden dos personas en la Tierra. El problema es que vivimos una época muy oscura, con constantes pretensiones de censura. Que los actores no puedan decir ciertas cosas en la gala de los Goya cuando casi toda la profesión está en paro resulta de un cinismo atroz. Deberían aprovechar las entregas de premios para que sirvieran como foro de reflexión, dado que a ellas acuden todos los artistas. ¿De qué se trata entonces, de dejarlo todo en un photocall y una alfombra roja? Eso es una mera frivolidad. Yo no lo quiero para mí.

-Volvamos a Encerrona. ¿Qué mantiene vivo semejante work in progress durante 25 años? ¿Tal vez la nostalgia?

-Tiene su punto de nostalgia, desde luego. Pero también de reinvención. A veces, cuando estoy en alguna representación, me pregunto: ¿Qué tengo yo que ver con aquel joven de 25 años al que le dio por inventarse esto? Cuando estrené el montaje, mi hijo estaba recién nacido y ahora tiene 24 años. Es evidente que aquel joven y yo seguimos teniendo cosas en común, pero también que ya no somos exactamente el mismo. Visto así, en progreso, lo bueno de Encerrona es que me ha servido para aprender mucho y, de hecho, todavía me sirve para construir los personajes que interpreto en otras obras. No deja de ilustrarme, siempre me da recursos. Es la obra que me abrió todas las puertas, incluida la del público, así que forma parte de mi propia vocación de actor. Disfruto mucho haciéndola, cada día, aunque cuando estoy metido en ella también caigo en la cuenta de lo mucho que se echa de menos a los compañeros con los que trabajo en otras funciones.

-¿Y cómo es su relación con su personaje, torpón y cascarrabias? ¿Nunca ha querido mandarlo a hacer gárgaras?

-No, qué va, al contrario. Cuando paso un tiempo sin interpretarlo, lo echo de menos. Me entra como una especie de remordimiento, como si estuviese a mi lado y me dijese: "Al principio bien que te preocupabas por mí, pero como ahora eres un actor famoso y sales en la tele, te permites pasar de mí". Lo que sí he hecho con el tiempo ha sido pulirlo. Antes, por ejemplo, cuando el personaje se metía en uno de sus líos repetía mucho la expresión jodeeeeer, porque a la gente le encantaba, pero ahora funciona más como un souvenir, como una moneda falsa, no como la insignia. Lo que sí tengo claro es que de mayor quiero ser payaso. Y que si la salud me permite seguir en esto cuando tenga 80 años, lo haré para hacer de payaso.

-Su trabajo en escena respira una rara naturaleza poética. ¿Escribe también versos para que nada se le quede en el tintero?

-Tanto lo uno como lo otro responden a una intención de comunicar. Y cuando uno comunica lo hace porque no quiere sentirse solo. El clown y el poeta se parecen al náufrago que mete el mensaje en la botella y se disponen a lanzarla con la intención de que alguien la encuentre. Actuar y escribir pueden tener algo de vanidad, pero también de reconocimiento en los otros. La vida, la muerte, el amor y el tiempo están metidos ahí, pero lo más importante no es el mecanismo que emplean para expresarse, sino de dónde salen. Creo que ninguno de nosotros quiere estar solo. Aunque sea para nos odien.

-¿Y alguna vez se ha sentido solo en escena, ante el público?

-No. Sí he sentido desaprobación, pero nunca soledad. Sentirse solo ante el público debe ser algo verdaderamente terrible.

-¿Qué proyecto teatral le espera para la próxima temporada?

-El baile de Edgar Neville, que dirigirá Luis Olmos. Me hace mucha ilusión. Lo estrenaremos en octubre en Logroño. ¡Y lo llevaremos a Málaga, tratándose de Neville!

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