De forma histórica, cuando los sellos de Correos eran solemnes y afán de muchos más coleccionistas, se estableció la norma de que sólo los miembros de la Familia Real eran las únicas personalidades vivas que podían aparecer en el franqueo. Los sellos eran para homenajear a figuras ya fallecidas, casi remotas. En tiempos más recientes se ideó la finta de crear hojas-bloque para agasajar a Antonio Banderas o a Alejandro Sanz sin que sus rostros aparecieran en las estampillas. Ese veto a homenajear a los vivos debería quedar atrás. Nuestras figuras admirables deberían recibir todos los homenajes posibles en vida. Deberíamos ser más generosos (es una lección intergeneracional) y reconocer y homenajear más a los que se lo merecen. También esos reconocimientos deberían llegar antes de las jubilaciones. Es triste que en nuestro país haya que salir por los pies por delante y ya en ese trance entran todos los difuntos en el mismo saco de la compasión: los buenos, los malos, los justos, los pecadores. E incluso los villanos. Carmen Sevilla era de esas figuras entrañables que al no perder nunca la sonrisa se ganaron el afecto de todas las generaciones, con reconocimiento a su arte y capacidad de unir a todo tipo de público. Hubo quienes se reían “de” Carmen Sevilla, pero sobre todo nos reíamos “con” ella. En el nomenclátor sevillano sólo aparecen personajes fallecidos. Pero es extraño que figuras de relieve como Carmen Sevilla o tantos nombres de una tierra que genera tanto talento en todos los ámbitos, no puedan recibir el homenaje de sus vecinos. Carmen llevaba muchos años apartada y no hubiera podido descubrir su placa, pero habría sido emocionante para ella y para miles de amigos y admiradores vivir ese momento juntos. Los recelos políticos, los celos entre partidos, impiden que en muchas poblaciones el callejero se abra a vecinos que puedan contemplar en vida su rótulo.

Qué suerte y qué honor que Roberto Leal pueda contemplar su rótulo, donde está el teatro-plató, en Alcalá de Guadaíra.

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