Análisis

Tacho Rufino

Llegan los bulos del dinero

El mercado de la vivienda urbana de segunda mano hoy no existe, pero asustan a la demanda para hacer el caldo gordo a cierta ofertaLa vivienda confinada entra en auge algo sospechoso y cargado de mensajes repentinos

Como gestores de la renta y el patrimonio propios hay españoles de diverso pelaje, lo cual, casi huelga decirlo, tiene mucho que ver con la dimensión de tales patrimonio y renta: una cuenta corriente con un saldo de más de cinco dígitos ayuda a dormir en tiempos de zozobra. La crisis tiene un plus de crueldad que consiste en hacer más daño al más pobre, convirtiéndolo en más pobre; y también es un proceso selectivo que perpetra un nuevo descaste entre los miembros de la clase media, sobre todo en aquellos que viven bien... pero "al día". El verdadero adinerado suele salir fortalecido de estos embates, y otro tanto cabe decir de las empresas: en esto son parecidas esta crisis y la de hace diez años. Pongámonos en un término medio, en un ahorrador medio, un pagador de impuestos nato, que, con la inestimable ayuda de una hipoteca o dos, invierte los excedentes de su trabajo presente y futuro en los ladrillos de su primera o segunda o tercera vivienda. Bien, puede que uno de esos inmuebles sea para inversión, y el ahorrador made in Spain haya confiado al apartamento turístico y sus cash flows la roncha que hace que, a unas malas, el inmueble de marras sea más bien propiedad del banco que le dio la hipoteca. A un valor que hoy se ha ido al guano: volverá, pero el turismo que tantos huevos metía en la misma cesta de la estructura económica está ahora mismo a cero, literalmente. Puede que este inversor del capitalismo popular -que es un ahorrador- sea de un perfil menos mediterráneo, y le haya cogido el gusto a invertir en bolsa, en vez de en casas de uso propio y ajeno. En este caso, la pérdida ocasionada por la crisis sobre sus ahorros -inversiones en acciones y demás- puede haber sido de un 20% o un 30%. Mucho más que la devaluación de los pisos. Por mucho que nos quieran hacer ver que el mercado inmobiliario se va a la porra. El que de momento se ha ido es el mercado bursátil.

Hablemos de bulos. Un bulo, uno de los buenos, se distribuye por la prensa con papeles, no por la jaula de grillos de las redes sociales, ni de la mano de los SEO de Bombay que te dan un tráfico lleno de clics con menos papeles que una liebre. Un bulo fetén se inocula en nota de prensa. Y acapara titulares, y mueve expectativas... y precios. Por ejemplo, el bulo va de la mano poderosa de un fondo de inversión que maneja un par de millones de euros como quien se come una mandarina, y cien como quien se come una paella. Te inundarán las noticias de perspectivas malísimas para los pisos, porque los pisos no tienen jardín en los que confinarse a unas (o futuras) malas epidémicas; un edén de aislamiento o un refugio donde ser un Jeremías Johnson de urbanización o un Tom Hanks náufrago de una isla mínima llena de cocoteros, o más bien un pareado con un limonero. Mete miedo, y vencerás. Suben las casas sin ascensor, terreras o independientes, y bajan las de comunidad; te dicen con mucho dato y porcentaje: "La vivienda urbana de segunda mano cae un diez por ciento" (cuando ahora no hay mercado de facto), y venga a asustar a la demanda, y a hacer el caldo gordo a cierta oferta. "No seas tonto -te dicen-, a quince kilómetros de tu lugar de trabajo se está más a cubierto, y el valor de tus ladrillos será mucho mayor y más seguro allí; no te preocupes por los atascos: teletrabajarás". Yo, francamente, no me creo nada. Los bulos que vienen no son sobre los contagiados y, ay, los muertos por coronavirus. Son sobre los precios de la vivienda. Si en la génesis de la otra crisis los mensajes pastorearon a mucha gente a empeñarse "por encima de sus posibilidades", ahora la tendencia es a encarecer la de los anillos periurbanos y a arruinar la vivienda urbana usada. Que ya caerá como fruta madura, también. Apuesten por un futuro de alquileres, de grandes arrendadores y pequeños arrendatarios. Y de colonos de periferia.

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