En esta implosión de la nueva política, que acabó estallando como la cáscara de nuez del Titan en una fosa abisal, nos encaminamos a un bipartidismo en el que, por ahora, se han empeñado en persistir en el juego de pantallas, la ocurrencia fácil y la propaganda viral. Aunque tengamos que votar en pleno mes de julio los partidos supervivientes siguen jugando en extensas campañas que no cesan, a ver quién tiene el dato y la idea que cope titulares devorados en horas.

Hay recuerdos del confinamiento de los que todavía no nos hemos repuesto en el fondo, como esas comparecencias del presidente del Gobierno que duraban más que Ben Hur para relatar medidas que en pocos días ibas a ser recambiadas por decisiones contrarias. Insufrible el ademán. Sánchez quiso sobreexponerse en aquellos días de encierro general y a día de hoy todavía tiene las tentaciones bolivarianas de ser el guapete Gran Hermano que, dice, cuidarnos y salvarnos. Ahora nos quiere salvar del “verano azul” y más de uno se lo está pensando viendo ese mismo cariz de complacencia populista de la otra parte, donde empiezan a agredirse a la altura de las espinillas con los de Vox como hacía el PSOE con los de Iglesias.

Sánchez pasa del despacho al camerino y se convierte en Chávez, monologuista en El intermedio, mago en El Hormiguero o un pesado con Jordi Évole, que cuando cree conveniente se frota las manos con linimento. Como la televisión se le queda pequeña porque su ego es inmenso (a ver qué tal la docuserie de Secuoya), el presidente deja la Moncloa y ahora también retransmite en streaming su formato de entrevistas con sus ministros desde Ferraz.

Es el estilo del PSOS, Partido Socialista Obrero de Sánchez, Sánchez y nadie más, que perdió su letra más prescindible por el camino, España. Cuanto antes recuperen esa letra en el PSOE, antes recuperarán el alejamiento de la sociedad (y sus sentimientos y necesidades reales) a las que le ha conducido Sánchez y ese mundo dominado por los asesores de imagen.

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