Alguien parece que se está vengando de Telecinco, entregada durante más de una década a sus realities y a los temas del corazón (o lo que sus programas construían como personajes de interés). No había parcelas temáticas, ni horarias. Sin distinguirse a lo largo del día, sin access prime time, sin contenidos diferenciados que esperara un público generalista, sólo tenían una tertulia política a primera hora y dos informativos. Lo demás era un enorme Sálvame. Cargarse Sálvame tiene sus riesgos (no era necesario tomar una medida tan expeditiva) y suplir en sus horas otros contenidos que los espectadores no aguardan, es una decisión aún más incierta.

Mía es la venganza es la serie diaria de producción propia calzada en la sobremesa a una hora que el público ya no suele sentarse a ver un serial (si acaso lo busca a otra hora y lo ve cuando puede). Era posible que estos resultados de audiencia fueran flojos porque son contenidos que necesitan recorrido, constancia y oportunidad. Su actriz protagonista, Lydia Bosch, tampoco es un imán como para cambiar hábitos a una hora de usos tradicionales y las oscuras tramas de intriga principales tampoco son idóneas para un horario en el que apatece más la comedia, lo ligero, la complicidad de quien aparece.

Mía es la venganza no era una buena opción para la sobremesa. Si acaso, para la franja nocturna, donde La 1 se ha adelantado programando un tostón que parece haber encontrado su público, 4 Estrellas.

Telecinco puede apelar a sus raíces renovadas, a El informal, Camera café, Yo soy Bea, Caiga quien caiga... Todo lo que perdió por el camino para ahorrar y sacar más rédito a los intermedios con contenidos baratos y de audiencia leal. Reformular una parrilla generalista necesita de conceptos de siempre con ideas nuevas. Los concursos estrenados no son nada del otro mundo y la serie diaria no ha despertado interés por personajes, tramas. Telecinco tiene que reinventarse sin dejar de ser ella misma. Eso es paciencia, dinero y mucha prueba y error.

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