La inteligencia artificial (IA) nos irrita porque, por muy buenas que sean sus aplicaciones, no sabemos cómo funcionan los procesos que dan tanto poder a los Facebook, Twitter, Google, Microsoft, Amazon, o Airbnb, cada uno en distintos ámbitos, y nos deja una mezcla de sensaciones de admiración y temor. Nada siniestro hay en la novela de Sir Kazuo Ishiguro, Klara y el Sol, donde la protagonista, una AF, "Artificial Friend", pertenece a una serie de robots cuya misión es apoyar a los afortunados adolescentes que puedan adquirirlas, creando buenos hábitos de estudios y formando su carácter. Klara tiene cualidades especiales para observar, absorber, relacionar y aprender, y a través de ella asimilamos cómo en la IA el "machine learning" es realmente una forma de inteligencia, que vemos de forma muchísimo más elemental en las traducciones automáticas de subtítulos en televisión, reconocimiento de caras, o en vehículos automáticos, donde el programa aprende poco a poco que tiene que frenar ante un obstáculo.

La adolescente de quién cuida Klara tiene un problema grave de salud, y el robot hará todo lo posible no sólo para que haya armonía y equilibrio alrededor suyo, sino para curarla; para ello pone en riesgo sus propias capacidades, y acepta incluso llegar a desaparecer. Como James Stevens, el mayordomo de "Lo que queda del día", es absolutamente fiel a su trabajo -tanto que a veces nos molesta su sumisión-, creando un entorno en que todo funcione bien. Sin embargo, los personajes de Isighuro hablan en primera persona, y ajenos a la familia para la que trabajan, exponen con la tremenda consistencia de quien sólo descubre y entiende poco a poco, sus miserias e inseguridades y las de la sociedad a que pertenecen. Klara tiene como referencia al sol, que la recarga y mantiene viva; y siente una amenaza en las máquinas que contaminan y afectan a la forma en que el sol nos llega. En su interpretación de sol, vida, dios, le pedirá, con una ingenuidad conmovedora, que sane a la adolescente que está a su cuidado, pues el sol "siempre tiene un camino para llegar a nosotros donde quiera que estemos, y nutrirnos".

Hay dos ideas que saco de esta novela compleja. Una, que no hay que temer a la IA ni a las formas de aprendizaje que parecen ir más allá de la comprensión de cualquier ser humano, porque de ella resultará lo bueno y lo malo que pongamos dentro, y el uso que se haga. Puede ser apropiación de datos y contenidos, difusión masiva de mentiras, condicionamiento de opiniones y consumos, abuso de pequeñas empresas, o irresponsabilidad en el movimiento y alojamiento de turistas; o una comunicación sensible entre las personas, e información útil para un mejor funcionamiento de los mercados de bienes y servicios. Y la otra idea es que el maestro Ishiguro nos muestra -de la mano de una máquina inteligente y entrañable-, la inseguridad consustancial a nuestra existencia, y cómo el intento de tenerlo todo controlado y la pretensión de perfección, se tambalea con la aparición de una enfermedad. Yendo más allá, a pesar de todo, con investigación básica de IA se crean vacunas, y entre las múltiples capas con las que se construye la novela, puede quizás el lector descubrir, junto con el amor y la solidaridad, una vez más, la esperanza.

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