Análisis

Tacho Rufino

El rescate fue 'cajario'

Es un deporte nacional atribuir indiscriminadamente a la banca el rescate financiero de EspañaLos desastres los provocaron las extintas cajas, no tanto la banca-banca

Poner verde a la banca se convirtió en un desahogo de muchas personas ante la incertidumbre -en no pocos casos, la ruina- por la contracción de la actividad económica, el empleo y las expectativas de las personas que supuso la gran crisis que azotó con especial dureza a España desde 2007 a, digamos, algo menos de diez años después. Así vino a reconocerlo en un Foro Joly la semana pasada el consejero delegado de Caixabank, Gonzalo Gortázar, que con un discurso impecable y sin papeles reconocía la necesidad de recuperar crédito -otro tipo de crédito, crédito social-, tras un batacazo infame del sector, que fue de la mano de la zozobra de todo un país, en buena medida una convulsión sistemática de la que el sector era no ya víctima, sino actor necesario. Recuperar tal credibilidad debía ser, y aún debe, compatibilizada con una penuria de las actividades naturales de su función financiera, con unos tipos de interés por los suelos que convierten en ruinosa la intermediación entre la captación de ahorros y el préstamo y la inversión. Una tarea que se había instalado en un esquema perder-perder (de la banca y de los necesitados de la función circulatoria del dinero) que obligaba a abrir nuevas fuentes de ingresos, como la de vender seguros y hasta televisiones inteligentes de pantallas infinitas. El recurso a castigar a los depositantes con comisiones por doquier es un secreto a voces; lo dijo hace poco Ana Patricia Botín: "A ver cómo acostumbramos a la gente a que esto es así, y va a serlo más", vino a decir. El cierre de sucursales y la obligada migración del cliente al cajero, al gestor personal y a internet componen un panorama de una metamorfosis de un modelo de negocio que ya nunca volverá a ser como fue hace apenas diez años.

Los clichés sobre la responsabilidad social de las empresas basculan -en un extremo- del papel corporativo de fino satén donde se hace márketing con las (benditas) acciones filantrópicas de las entidades a -en el otro extremo- el del cuentacorrentista o prestatario, que acusa a todo el sector de estar sólo a las maduras, y de ser un niño mimado de la sociedad cuando llegan las apreturas: nos referimos al rescate bancario que el Estado español acometió cuando los agujeros patrimoniales de muchas entidades, por una mala praxis, ponían en peligro los ahorros de la gente, el valor de las acciones de los inversionistas y la liquidez y hasta la credibilidad exterior del sistema económico español; del país, en suma. El Estado, compelido por los árbitros exteriores y optando por no ser rescatado en sentido estricto -o sea, despojado de su soberanía-, tapó agujeros que amenazaban con colapsar la economía de las empresas, las familias y el propio Estado, y lo hizo endeudando a los españoles presentes y futuros con un monumental crédito concedido fuera del país.

Pero volvamos, para concluir y como corolario, al deporte nacional de poner verde a la banca: no es lo mismo lo que no es igual. El rescate, seamos tozudos en recordarlo, fue cajario, y no bancario. Las entidades quebradas no fueron de la banca-banca, sino de las cajas de ahorros que, gestionadas con criterios no empresariales y en insana promiscuidad con los jerarcas de los partidos políticos del terruño, crearon mamandurrias y fuentes de trinque partidista o personal en entidades que fueron prostituidas, convirtiendo su función social en un mal remedo de la banca profesional: políticos defenestrados en sus partidos, sindicalistas que pasaban por allí, aliados con una letal Ley del Suelo promulgada por un Gobierno triomphant de Aznar, provocaron el rescate. No fue cosa de los grandes bancos, hoy más grandes todavía pero en urgencia de reinvención: el rescate fue cajario. Y ya no nos quedan cajas. Lamentablemente.

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