EL mapa sonoro de la provincia tiene un pico en Torre del Mar; un genuino ocho mil. La pelea entre locales de ocio y vecinos faltos de sueño pilla en medio al Ayuntamiento de Vélez, que sólo se decide cuando lo manda un juez: hace dos años lo obligaron a pagar una indemnización a residentes de la zona de El Copo por no haber intervenido voluntariamente para aplacar el jaleo. Parece que sigue igual de resuelto. Una discoteca insistía en eyacular decibelios después de que la alcaldesa decretara la caducidad de su licencia; por tanto la administración local tenía que conminarla a cerrar. Pero no lo hizo. El jefe del departamento de Sanciones está descansando; se fue de vacaciones. No queda nadie con autoridad para echarle la llave al fiestódromo y en los dormitorios próximos los cubatas son de valeriana.

Los sufridos oyentes creyeron que, una vez la alcaldesa decretara el cierre, volverían a dormir con las ventanas abiertas. Sin embargo en la discoteca no se han enterado de la expiración del permiso, que hizo el ruido de un suspirito entre risas, brindis y tambores tenaces. El local no tiene licencia salvo para matar tímpanos. Pero no basta para que el Ayuntamiento pegue el último portazo en el establecimiento. Es necesario que el jefe de Sanciones lo autorice; y ahora está de asueto. ¿Qué pasa con otro tipo de intervenciones, quizá aún más apremiantes? En Torre del Mar van a necesitar un sheriff, mientras los damnificados se preguntan si no estarán haciendo el indio. La discoteca sigue abierta merced a que el funcionario se abrió. El Copo tiene una acústica que ni el teatro de Epidauro. A pie de playa se representan comedias y bacanales finisemaneras; y las tragedias, mayores o menores, en las alcobas. El enfrentamiento es entre dos maneras de entender el ocio. Pero no entre dormir y no dormir sino entre dejar y no dejar dormir. El Ayuntamiento dirimirá cuando vuelva su funcionario, suponemos que fresco, dispuesto y con un bronceado intachable.