AMEDIADOS de la década de los 80, al poco de mis inicios profesionales en Málaga, un histórico dirigente malagueño del andalucismo me reprochó mi pobre acento andaluz que, a su juicio, me inhabilitaba para ejercer como profesional de una radio malagueña. Sospechaba entonces de una especie de complot de la cadena radiofónica que fichaba periodistas para que colonizaran desde las ondas con un habla neutral a los oyentes de la provincia y así desenraizarlos.

Un cuarto de siglo después me temo que mi acento no ha mejorado y mis dejes seguirán lejanos del gusto de aquel político, al que las urnas decidieron buscarle otras ocupaciones vitales hace varios lustros. Aunque últimamente puedo disimular mejor mis carencias porque me comunico con la escritura y la Real Academia admite pocos regates lingüísticos. Sin ánimo de molestar a mi admirado profesor Joaquín Aurioles, que bastante tiene con cargar en estos tiempos con su condición de economista, tal vez desde aquella anécdota mi subconsciente me pone en guardia cada vez que atisba algún comportamiento nacionalista, sea de Málaga, Barcelona o de Madrid. Si bien confieso que, por ejemplo, siento sana envidia y por duplicado del perfecto malagueño con el que se desenvuelve un profesional británico afincado en la Costa del Sol, al que recurro cada agosto cuando se escacharra el aparato del aire acondicionado, y que es similar a su dominio del inglés.

Pero en política hay que desconfiar del azar y más cuando el aburrimiento veraniego ofrece horas para la reflexión. Así que los socialistas debieran desconfiar del comportamiento atávico del diputado madrileño del PP, que ha cargado contra la mejor ministra de Sanidad de las últimas décadas porque se maneja mal con el argot castizo. Así que no podría gobernar la comunidad madrileña pero sí (qué poco conoce la idiosincrasia de la localidad) regir los destinos de Vélez. Es posible que Pedro Arriola, el factótum popular, maneje unas encuestas distintas a las de José Blanco y que las suyas le pronostiquen que la amenaza real es Tomás Gómez. O igual Zapatero y Rajoy han sellado una alianza, visto las ventajas que para ambos supondría un triunfo en Madrid de Trinidad Jiménez sobre Esperanza Aguirre. De ahí que los populares hayan decidido con su peculiar acento relanzar su candidatura.

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