El Athletic

¿Es mucho pedir que respeten al himno con el que muchos de quienes les acogerán se identifican

Sevilla ya se prepara para la llegada el próximo 6 de abril de los seguidores del Real Club Deportivo Mallorca y del Athletic Club de Bilbao con el objetivo de apoyar a sus respectivos equipos en la final de la Copa del Rey que se celebrará en La Cartuja. Esperemos que gane quien gane sea una fiesta divertida y emocionante para todos y que disfruten de la hospitalidad de la capital andaluza y de su gente. Seguro que es así, aunque la afición vasca, modélica en otros muchos sentidos, lleva en su interior una minoría de descerebrados que añora los tiempos de la kale borroka y siguen creyendo que animar a los suyos consiste en amedrentar al resto. Como son pocos y cobardes lo más probable es que se queden en sus casas, con lo que todos saldremos ganando y quienes se acerquen a apoyar a su club dispuestos a probar finos en vez de txakoli, sabrán mostrar el lado mayoritario, noble y amable de un equipo singular, llenando la ciudad de color rojiblanco en animada romería.

Casi desde sus orígenes, el Athletic ha priorizado ser diferente a ser mejor. Eso de que sus jugadores sean sólo nacidos en Euskadi, no sólo es una antigualla impregnada de rancio sentimiento nacionalista, sino que lleva años siendo objeto de flagrantes incumplimientos que se justifican con retorcidas razones; pero con todo sí que es cierto que han creado una filosofía particular y un acercamiento a la población de la que se nutren mucho mayor que el que tienen las multinacionales del espectáculo en que se han convertido otros clubes mayores. Son un equipo formado esencialmente por jóvenes de su entorno y eso provoca una comunión ciertamente especial con sus seguidores. Se autodefinen como un caso único; su afición se cree la mejor del mundo, al igual que les sucede a las del Betis, Sevilla, Atlético de Madrid o el Liverpool; sus jugadores juegan al mejor postor como todo deportista profesional, pero se sienten distintos, apegados a la tierra como las raíces de los robles de sus verdes colinas. Siempre alejado del despilfarro, es un club modélico en la gestión y está tatuado en el ADN de los ciudadanos de su ciudad y provincia, que son sus únicos propietarios. Bravo por mi equipo en su apasionada defensa de la cantera y de un cierto amateurismo a la hora de jugar al fútbol, pero ¿es mucho pedir a sus directivos y seguidores que respeten al himno con el que muchos de quienes les acogerán se identifican? Y que lo hagan de igual modo con la figura de quien da nombre a la competición que tanto sueñan con conseguir. Si lo hicieran ganarían mucho más que un partido.

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