Tiempo ha tenido que pasar para que la modalidad americana de las elecciones primarias se aceptaran en algunos países europeos. Siempre se pensó que esta forma de seleccionar a los candidatos no casaba bien con el sistema de partidos del continente. Pero el acelerado desprestigio de las formaciones políticas y la exigencia de mayor transparencia y participación por parte de la militancia y la ciudadanía han obligado a introducir esta nueva fórmula de participación política. Es más, algunos reticentes a este sistema hemos llegado a entender que es la mejor manera de atraer la participación política a la desengañada ciudadanía.

Pero da la impresión que esta nueva fórmula ha sido asumida por la estructura orgánica de los partidos un poco a rastras y con escaso entusiasmo. Si no, no se explica la contradictoria y frágil normativa con la que se regula estas elecciones. En el Partido Popular, la recientísima introducción de este sistema de participación se hace con total cautela y con un sistema tutelado en el que la última palabra se le reserva al Congreso.

En el PSOE la situación es más compleja pues se trata de mezclar sistemas para intentar garantizarse algún control. No puede entenderse de otra forma la exigencia de avales, que es una fórmula de expresar un apoyo político público dentro de un sistema electoral en el que su esencia está en el voto individual y secreto. Esta mezcla de sistemas distorsiona la elección porque inevitablemente la búsqueda de esos apoyos se convierte necesariamente en una falsa primera vuelta a la que ninguna candidatura puede sustraerse si realmente quiere competir por la victoria, aun a sabiendas de que lo resultados puedan ser engañosos Por otra parte, la inexistencia real de una segunda vuelta puede producir con frecuencia resultados sorprendentes o dudosamente democráticos. El fraccionamiento del voto entre tres o más candidatos puede llevar a la paradoja de que la persona elegida consiga a duras penas el apoyo de un cuarto o un tercio de los votantes pero sí alcanzar la secretaría general sin necesidad de compartirla con nadie ni tener que recabar más apoyos. La lógica aconseja una segunda vuelta entre las dos candidaturas más votadas cuando ninguna de ellas alcance el 50% de los votos. Así sí se conseguiría, sin necesidad de avales ni recovecos, conseguir unos resultados limpios e indiscutibles. Sorprende por tanto que en unas elecciones de tanta importancia para los partidos estemos ante un regulación tan farragosa y poco consistente.

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