LA semana que termina ha sido pródiga en caras. Me explico. La actualidad nos ha permitido observar el rostro verdadero que ofrecen en estos momentos a los españoles sus dos principales dirigentes políticos españoles. En una esquina un José Luis Rodríguez Zapatero abrumado por cien ciudadanos ante las cámaras de televisión. El presidente fue incapaz de responder de forma creíble a los que le reprochaban una y otra vez el pecado original del que no se podrá liberar en toda la legislatura: su absurda negativa a admitir que existía una crisis y que era una crisis profunda. Ahora sus explicaciones de que se equivocó, pero no mintió resultan, simplemente, patéticas. Un patetismo que se reflejaba en lo crispado de sus facciones, tan diferentes de las que mostraba hace sólo un año, cuando todavía era capaz de trasmitir seguridad y carisma. No se olvide que el carisma es una cualidad que un político debe cultivar con especial esmero. Zapatero ha dilapidado el suyo, que no era poco, de la forma menos inteligente que conozco.

Pero en la otra esquina la cosa no está mucho mejor. Vean si no a Mariano Rajoy con cara de esfinge, esperando a que escampe. Mientras, a su alrededor, y sin que él se entere aparentemente de nada, las facciones que pugnan por su sucesión y por los negocios del futuro se destrozan a golpe de dossier. Nunca desde 2004 había tenido el Partido Popular una ocasión igual de sacar una distancia electoral decisiva y prepararse para gobernar dentro de tres años. La realidad es que el PSOE sigue gozando de una cómoda ventaja. Incapaz de rentabilizar desde un punto de vista político la recesión económica, Rajoy se ve impotente para controlar la situación interna de su partido y para hacer una oposición eficaz. Hasta el punto de que nadie da ya un duro por su futuro y se apuesta sobre si las elecciones de dentro de 28 días en Galicia y el País Vasco pondrán punto final a su carrera. Un desastre para el centro derecha español, que no ha sabido aprovechar a un político inteligente y discreto, superado por su falta de carácter y por las ambiciones de los unos y los otros.

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