Hace unos días cerró sus puertas en la calle San Juan el local de la Librería Mata, un entrañable establecimiento con todo el aroma de las librerías de viejo y sus muy variadas ofertas de volúmenes usados, leídos, apurados, atesorada no poca historia en sus páginas deslizadas, más o menos sacudidas, como quisieron Miguel Hernández y Fernando Fernán Gómez, por el tiempo amarillo. Después de haber habitado otros emplazamientos llevaba el señero negocio cinco años en esta sede, coqueta y de discreta pero amable localización a apenas diez pasos de la iglesia; y resultaba evidente que el inmueble traspasado parecía altamente goloso dadas sus coordenadas en el mismo corazón de Málaga, tanto que apenas han pasado cuatro telediarios y ya tenemos entre nosotros el negocio que ha tomado el relevo y se ha instalado en estos dominios (difícilmente se podrían haber dado más prisa, si bien debe ser mucho el beneficio perdido en cada día desaprovechado): lo que ahora encontramos en el mismo local, al ladito del número 24, es un city locker. O sea, un sitio donde los turistas pueden guardar sus equipajes en unas consignas, quedarse las llaves y campar tan anchos por el centro, sin tener que ir tirando de sus maletones. Bien visto, es el negocio perfecto. Hablamos de un equipamiento dispuesto para turistas que no vienen a Málaga a hospedarse, sino que acuden un rato, lo justo para echar un vistazo a un museo o comerse una paella, y largarse en el siguiente tren o en el coche alquilado antes de que la tarifa del parking suba hasta niveles desproporcionados. Es decir, un turismo de consumo rápido, de digestión barata, que no aporta ni rinde, que juega al aquí te pillo y aquí te mato, que se conforma con la excursión para contar que estuvo aquí pero que por lo general no está dispuesto a dejarse más de diez euros por barba. Son estos turistas los que pueden guardar sus maletas, insisto, a diez pasos de la iglesia de San Juan. Y todo vuelve a encajar.

¿Qué hay de malo? Nada, por supuesto. Un negocio cierra porque no funciona o porque su propietario decide dedicarse a pescar atunes y otro abre sus puertas. Así funciona desde los fenicios. La cuestión es, de nuevo, la consideración del modelo de ciudad puesto en juego; porque si todo esto obedece a la ley de la oferta y la demanda, una determinada política municipal puede contribuir a inclinar el tablero hacia un lado o el contrario, a hacer la ciudad más atractiva para un determinado tipo de actividad o la que menos se le parezca. Y, bueno, a lo mejor que una librería cierre en la calle San Juan para que pongan un depósito muerto de maletas significa una buena noticia en términos de ingresos, pero si es así lo es únicamente en términos cortoplacistas: el modelo que Málaga merece es decididamente otro. Y antes de que alguien venga con que aquí todos vivimos del turismo, no se alteren que ya pago yo la siguiente ronda. Total, diez euros son diez euros.

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