Ignacio / Martínez

Condado catalán

El balcón

EL domingo los independentistas catalanes intentan su particular desembarco en Normandía: establecer una amplia cabeza de playa para negociar. La hipótesis más ligera es que querrán una Constitución que refleje la preponderancia de Cataluña en España. Reconocimiento como nación; hacienda propia, como la de vascos y navarros; preferencia de la lengua catalana… El ministro de Exteriores, 25 ex ministros y otros líderes coinciden en que hay que reconocer la singularidad catalana. Cualquier acuerdo será más oneroso que los 14 artículos del Estatut anulados por el Tribunal Constitucional en 2010.

Tenemos un grave conflicto hispano español, pero el mundo marcha por otro lado. La UE representa menos de la quinta parte de la producción mundial. En este contexto sería más razonable considerar a Europa como una nación. España, Francia o Alemania, regiones. Y Cataluña, Andalucía o País Vasco, comarcas o condados. Le planteé ese esquema a Artur Mas en 2006 en la campaña para el referéndum del Estatut. Contestó que las divisiones que teníamos en Europa podían cambiar, que su partido no buscaba la independencia y que España no se rompía.

Cambió de opinión con la sentencia del Constitucional en 2010. Aquello fue el final de una espiral de crispación entre PP y PSOE. La inició Zapatero en 2003, al prometer que aprobaría en Madrid el Estatuto que se mandara desde Cataluña. Un brindis al sol; no pensaba ganar en 2004. Después se planchó el Estatut inicial en Las Cortes, sin el concurso del Partido Popular. Piqué (PP) y Jordi Sevilla (PSOE) intentaron un acercamiento y no les dejaron en ninguna de sus dos trincheras. Ahora Albiol reconoce que la campaña de recogida de firmas del PP contra el Estatut fue un error, pero los populares lo recurrieron ante el Constitucional. Aquellos polvos nos han traído estos lodos.

Para salir del atolladero, el catedrático Muñoz Machado ha planteado una doble reforma estatutaria y constitucional que se podrían votar el mismo día; así todos los españoles ejercerían su derecho a decidir. Su propuesta resuelve el cómo, pero no el qué. Las distancias son enormes. Borrell y Llorach desmontan en su libro Las cuentas y los cuentos de la independencia muchos de los mitos de los separatistas. Sostienen que el déficit fiscal catalán no es del 8% del PIB sino del 1,5%. Y que no es cierto que Alemania lo limite al 4. Baviera se queja de un 15%, pero en la República Federal no se hacen balanzas fiscales.

Lo cierto es que las elecciones del domingo van a dejar heridas de difícil cura. El homogéneo lado de los soberanistas ha generado ilusión, mientras los que los dispersos contrarios a la secesión basan su campaña en el miedo a los males que provocaría la independencia o en la salida de la UE. Las encuestas dicen que los separatistas avanzan. Han convencido que mientras más sólida sea su cabeza de playa, más sacarán tras las elecciones en la inevitable y complicada negociación posterior.

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