Dejar de ser

Casi todos estaban convencidos de que lo que era coyuntural, les pertenecía para siempre

Lo más difícil que hay en la vida es “dejar de ser” algo que se ha sido satisfactoriamente. Pero tarde o temprano a todos nos llega ese momento. A quien fue un gran actor acostumbrado a recibir el aplauso y la veneración del público, un día nunca previsto de antemano, la vida le sorprende confiado como estaba él de su inmortalidad y tiene que abandonar el escenario, decir adiós al ruido de los aplausos y acostumbrarse al silencio del olvido. Pocos lo hacen con sobriedad. Ninguno se resigna fácilmente. Lo peor que tiene el éxito es que hay que repetirlo. No hacerlo duele.

Igual sucede con aquellos acostumbrados a las ventajas del poder. Políticos que han tenido en sus manos las más altas responsabilidades y han moldeado la sociedad a sus ideas e intereses; directivos que han gestionado hasta la compra de las papeleras de sus empresas y han decidido qué empleados continuaba debiéndoles pleitesía y quienes se tenían que alistar en las listas del paro; comunicadores cuyas opiniones han definido el pensamiento que la sociedad establecía como propio. Todos, un día, se convierten en uno más de nosotros. Y por lo general se enfadan. Pocos de ellos agradecen lo que un día tuvieron y se ilusionan con dotarse de una vida, nueva y diferente. Casi todos estaban convencidos de que lo que era coyuntural, les pertenecía para siempre dado su perfecto desempeño en la tarea. Esto explica la abundancia de políticos jubilados críticos con quienes les han sucedido. Las opiniones negativas de comunicadores que fueron célebres protagonistas de la radio o la televisión, respecto a el audiovisual actual. O de creadores de todo tipo, olvidados desde que terminó el siglo pasado, que repiten una y otra vez el falso mantra de que Para toros, los de antes. Sí, bajar del escenario con elegancia no resulta fácil.

Pero si hay una tarea que cuesta abandonar, esa es la de madre o padre. Hay quien enloquece cuando aquellos niños a los que moldearon en su día como si fueran de plastilina se vuelven adultos capaces de definir sus vidas por sí mismos. Entonces, quienes fueron la principal salvaguarda de la felicidad de sus hijos, se convierten en la mayor amenaza para ésta. Incapaces de entender que su papel consiste en enseñar a volar a sus descendientes y no en encerrarlos en jaulas, se trasforman de progenitores amorosos, en carceleros amenazantes. Porque consideran que los hijos son de su propiedad y no es así. La tarea consiste en dotarles de armas para que puedan encarar su futuro en libertad. No en quitárselo encadenándoles a nuestro pasado. Esa renuncia es el último servicio que debemos a nuestros hijos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios