Ya se sabe que en periodo electoral la especulación partidista sale a devolver; la cuestión es que, ahora que vamos más a votar que a misa (lo que constituye una singular conquista del tiempo de asueto dominical a cargo de la socialdemocracia aconfesional), la política se ha convertido en un continuo desfile de sombras en el que ya no queda ni un asomo de apariencia (si antes los candidatos aparentaban, para orgullo de sus madres, me temo que hoy día tendríamos material suficiente para fundar un club de madres avergonzadas) y en el que incluso los espejismos empiezan a ser difícilmente sostenibles como tales. Uno puede entender que la clase política se resista no sólo a ser honesta, sino (de nuevo) a parecerlo: el instante en que consejeros y alcaldes se bajen del burro y admitan que ya no tienen más cebos con los que marear la perdiz forma parte de la más absoluta ficción y ya sabemos que no podemos aspirar a eso. Pero esto es una cosa y otra que nos tomen por tontos, sobre todo cuando existen determinadas situaciones que sí exigen una actuación política inmediata y continúan prolongándose en una decadencia que ya no es sólo triste, también aberrante. No sé ustedes, pero yo propondría a las Cortes la formulación de un decreto que prohibiera a la Junta de Andalucía anunciar, sugerir, filtrar, avanzar y poner sobre la mesa ideas y proyectos para el uso cultural del Convento de la Trinidad hasta que el edificio no esté debidamente restaurado. Así, por ley. Que la Junta quiere darle el gusto al alcalde y piensa que lo mejor es poner un museo arqueológico, con fondos de la Aduana o de donde mejor les parezca; pues se quedan calladitos hasta que el edificio quede recuperado y la ruina frenada. Que el alcalde piensa que amén, que claro, que cuanto antes; ídem: boquita cerrada y a esperar a que el convento cuente con al menos las suficientes garantías de que no se va a venir abajo. Que consideran los socialistas que lo mejor era su centro de artes en vivo y disposición vecinal; pues tanto monta: a callar, porque cuando pudieron arreglarlo se limitaron a tirar con lo justito para evitar el derrumbe. Y la amenaza persiste.

Lo que no puede ser es que ahora la Consejería de Cultura ponga todo el empeño en dejar a De la Torre contento, planteando otro museo arqueológico cuando tiene abandonado a su suerte el que ya está a su cargo en el Museo de Málaga, y cuando se le pregunta a Carmen Casero si va a haber partidas para el edificio en los próximos presupuestos responda encogiéndose de hombros. Entonces, ¿de qué estamos hablando? ¿Van a arreglarlo, o no? ¿Qué delito ha cometido Málaga para que haya que cargar con esta sentencia? ¿Podría alguien identificar un despropósito del tal calibre en relación a un edificio de semejante valor patrimonial en cualquier otra ciudad de España? ¿Vamos a tirarnos otros veinte años jugando a las estampitas del parque de los cuentos hasta que al final asistamos al derribo y nos quedemos contentos? Igual se trata de esto: tal vez lo que quieren los jefes es un hotel. Pero sin meter la piqueta, claro, que aquí crea mal efecto. Mejor esperar a que caiga por su propio peso. Y porcentaje al coleto.

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