LA lectura detenida del texto emitido ayer por la denominada izquierda abertzale se desliza entre un primer gesto de reconocimiento del dolor causado a las víctimas y el cinismo de quienes hasta hace pocos años callaban, cuando no aplaudían, los crímenes indiscriminados de la banda terrorista ETA. Es posible que, una vez que la banda haya desaparecido del todo, se abra un proceso de reconciliación que se extenderá por más de una generación, pero no sólo en el País Vasco, sino en el resto de España, porque ha sido todo el conjunto quien ha padecido por más de 40 años una violencia injustificada y sólo argumentada por la construcción de una mentira donde un pueblo oprimido debía resistir la barbarie del opresor. Más bien ha ocurrido todo lo contrario. La izquierda abertzale admitió ayer que su actitud de indiferencia hacia las víctimas ha podido causar la humillación de éstas. Así ha sido. Antes o después de la muerte física, se han producido asesinatos civiles de familias que debían o bien salir del País Vasco o vivir en el silencio. El reconocimiento de la izquierda abertzale es insuficiente. Aunque han solicitado a ETA que retire sus armas y desmonte sus "estructuras militares", sólo podrán comenzar a ganar credibilidad cuando soliciten a la banda su desaparición. Pero ésta, como se da a entender por parte del que fuera el brazo político de ETA, no se puede producir a cambio de una vuelta de los presos a sus casas, tal como parece deslizarse en algunos de sus párrafos. Las condiciones finales están muy claras, y son compartidas por todos los partidos: sólo a partir de las solicitudes de arrepentimiento de cada uno de los condenados, y de modo individual, se podrían ir dando pasos para relajar el régimen penitenciario. Pero como ocurre con cualquier otra persona que cumpla pena por delitos similares. Lo sucedido ayer en San Sebastián es digno de anotarse, no es un hecho más -de acuerdo-, pero es todavía insuficiente para lo que es un clamor tanto en el País Vasco como en España.

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