Mitologías Ciudadanas

José Fabio Rivas

Incoloras, inodoras e insípidas

Aunque pluralizadas, no me estoy refiriendo a las propiedades del agua, sino a las lágrimas de Leo Messi, capaces de acaparar la atención de medio mundo, monopolizando las portadas de los informativos y desplazando a un segundo término la atención y, tal vez, el interés de la gente frente a noticias (a sucesos) tan terribles como las muertes en pateras que no cesan; la violencia machista; el terremoto de Haití (un país en el que parece cebarse con especial inquina toda clase de males); el retorno triunfal de los talibanes a Afganistán, con el reguero de muerte, destrucción e inseguridad que conlleva ese retorno; los estragos de la Covid que no parecen tener fin; los… En fin, ¿para qué seguir desgranando desgracias y catástrofes?, si en estas llegó Leo Messi con sus lágrimas y, como cantaba el gran Carlos Puebla, "mandó parar".

"Siento tristeza, mucha tristeza, porque me voy del club al que amo" (tras 21 años en el FC Barcelona, con un contrato tan millonario que, con solo pensarlo, a usted y a mí nos produciría vértigo), declaró el astro argentino, mientras las lágrimas enrojecían los ojos de nuestro héroe y generosamente se derramaban por sus mejillas. Horas después, en otro escenario, el multimillonario Messi, tras sellar un acuerdo con el PSG por dos temporadas más una opcional, en el que recibirá unos 36,5 millones de euros netos por temporada, declaraba: "Quiero agradecer a toda esta gente por el recibimiento desde que llegue a París, la verdad que fue increíble. Me siento muy feliz, muy ilusionado, muy contento de estar acá. Ojalá todos juntos podamos disfrutar de este año".

En fin, ya les digo, lágrimas incoloras, inodoras e insípidas. Pero la cuestión, el drama, o mejor dicho, la tragicomedia de unos hombres ridículos (usted y yo) es que esas lágrimas de Messi, también son nuestras lágrimas.

El denominado capitalismo de consumo, superado ya exitosamente el capitalismo de producción (en el que se intentaba producir objetos que servían para cubrir necesidades), desde hace tiempo se empeña con gran éxito, a través de la publicidad y la moda, en producir supuestas necesidades y supuestos objetos, bienes y servicios que, supuestamente, colmarían esas supuestas necesidades, y así confundimos lo verdadero y lo falso, gracias a la publicidad; lo bello y lo feo, gracias a la moda; lo bueno y lo malo, gracias al consenso. Y como hombres ridículos, como impostores que simulan sentimientos y emociones, lloramos con lágrimas incoloras, indoloras e insípidas, las supuestas penas y desgracias de los simulacros de héroes que nosotros mismos hemos ayudado a crear, mientras el dolor y las injusticias sin edulcorados atributos, lo atroz y lo horrible, sigue cabalgando a sus anchas. "Troppo vero" -dicen que gritó inquieto el papa Inocencio X, cuando contempló el retrato que Velázquez le había hecho-, pues la realidad desnuda, el dolor sin simulacros, las injusticias…, son "troppo vero" ("demasiada verdad"). Por eso preferimos los simulacros y lloramos lágrimas incoloras, inodoras e insípidas. ¡Adónde hemos llegado los hombres en nuestro extravío! ¿En esto reside la cualidad de ser humanos?

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