FUE Bismarck quien dijo que España era la nación más fuerte del mundo; llevaba siglos intentado destruirse a sí misma y todavía no lo había conseguido. Y añadía: el día que deje de intentarlo, volverá a ser la vanguardia del mundo. Dos siglos más tarde, seguimos inmersos en la primera fase y no hay indicios de que la segunda esté por llegar. Todo español parece llevar un cainita dentro. Este morbus hispanicus se halla tan extendido por el solar patrio que afecta a entidades públicas y privadas, asociaciones y particulares, incluso como decía en los antiguos carteles futbolísticos, niños y militares de uniforme sin graduación.

El espectáculo al que estamos asistiendo desde hace diez meses no tiene parangón en la Europa civilizada. Como ocurre en las sociedades primitivas, no existe la generosidad ni la grandeza de velar por un futuro común. Nadie es capaz de ver más allá de los intereses grupales y sectarios. En la entrevista de Francisco Correal a Caballero Bonald publicada el pasado domingo en este diario, en un determinado momento, el entrevistado llega a decir que si se convocasen unas terceras elecciones, a no ser por su edad, era para irse de España. Y no le falta razón al longevo escritor. Únicamente que para tener ganas de irse de España no hace falta que haya nuevas elecciones. Para muchos es la única salida posible.

El futuro de muchos jóvenes está hipotecado. Tanto pedir nota para acceder a la universidad, tanto máster, tanto esfuerzo personal y familiar, para luego no encontrar trabajo o si hubiese la suerte de tenerlo, casi siempre en precarias condiciones. Los más preparados de nuestros jóvenes parecen estar condenados a irse de España. Y me parece bien, sin duda mejorarán, pero esto debe ser una decisión elegida y no obligada. Con tanto programa televisivo de españoles o andaluces por el mundo, da la impresión de que es la historia de una emigración anunciada. El extranjero se muestra a los ojos de los que no encuentran salida laboral como un nuevo Eldorado en el que todos viven en mansiones comodísimas y tienen parejas comprensivas que aman todo lo que les llega de España. Nos enseñan la ciudad, su magnífico puesto de trabajo y cómo se divierten junto a otros que, al igual que ellos, se encuentran felices fuera de casa y totalmente integrados. Dan ganas de irse de España. Y aunque no las hubiese, a muchos no les queda más remedio.

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