Eduardo García Alfonso

El Metro de Málaga y los fenicios

La recuperación de un símbolo milenario como emblema de una identidad

EN estos días Málaga estrena Metro. Esto ya no es noticia. Al margen de las polémicas sobre las cantidades invertidas, las molestias durante años y la justificación de esta infraestructura, debate que, curiosamente, nunca suele surgir cuando se hace una autovía o una línea de AVE, al firmante le ha sorprendido gratamente un pequeño detalle, quizás insignificante, pero creo que significativo.

Con el Metro, Málaga hace por fin un tímido intento de reconciliación con su historia, con sus orígenes. Es sólo un tímido guiño, pero ahí queda: el ojo fenicio se exhibe orgulloso en la proa y popa de los trenes, en las tarjetas de abono y en otros elementos del nuevo servicio de transporte. Con su mirada de milenios, este símbolo ya cruza raudo la ciudad, rememorando bajo tierra -y a ratos en superficie- a las antiguas embarcaciones que trajeron a aquellos fenicios que pusieron las primeras piedras de Málaga. Cuando los ojos de las jábegas han abandonado nuestras playas, son los del Metro los que apartan el peligro en los túneles y pasos a nivel, implorando a los dioses de la modernidad una travesía sin contratiempos por los caminos de hierro que conectan la ciudad.

Una ciudad tres veces milenaria como la nuestra, pero en la que sus fundadores fenicios están completamente ausentes del discurso oficial, sin ninguna atención ni reivindicación por parte de las Administraciones Públicas, del mundo cultural o de la ciudadanía, siempre proporciona espacio para la sorpresa. La Málaga a la que estamos acostumbrados hubiera recurrido para su nueva infraestructura a algún motivo de inspiración picassiana -que también está, pero compartiendo espacio- o, mejor aún, de arte postmoderno. O quizás, tirando de nuestro arraigado casticismo, no hubiera sido extraño algún tema vinculado a la Semana Santa o la Feria. O, igualmente, tampoco hubiera roto la tónica habitual un icono relacionado con la base nuestra promoción turística, formada por el binomio espeto de sardinas y pescaíto frito, ahora aliñado con un toque de museos.

No señor, nada de esto. El Metro ha elegido el ojo fenicio como cabecera de sus trenes. Una cosa tan antigua, dirán algunos. Pero no se alarmen, todo tiene su explicación. El mérito es de una empresa radicada en Turín, Italdesign Giugiaro. Como tantas veces, tienen que venir de fuera para decirnos lo que es valioso y singular en esta ciudad, porque nosotros somos incapaces de verlo, anclados en nuestro inmovilismo travestido de modernidad. Desde luego, mi sincera enhorabuena a MetroMálaga por tan afortunada elección. Un símbolo sencillo, cargado de tradición y visualmente atractivo, que ha resistido incólume el paso de los siglos. Este ojo resume lo que ha sido la historia de Málaga hasta hace bien poco: una ciudad mediterránea, más volcada al mar que a la tierra. Cualquier observador avezado, como ha ocurrido con los diseñadores italianos, echaría mano de los fenicios como una de las señas de identidad de Málaga. Eso sí, siempre que no ocupe un cargo público con poder de decisión en las Instituciones con competencias en materia cultural o no forme parte de los costosos equipos de asesores que rodean a los sillones del Poder. En el ojo fenicio que ahora adorna el Metro, Málaga puede mirarse a sí misma, sin imposturas. Es un icono de gran fuerza, muy bien planteado para una ciudad necesitada de símbolos que la identifiquen.

La paradoja es que sea el culmen de la (auténtica) modernidad en ingeniería y urbanismo lo que empiece a devolvernos la historia. Una ingeniería y un urbanismo que, mal entendidos, han supuesto para el Patrimonio Arqueológico de esta ciudad y provincia un arma de destrucción masiva. Bienvenido, pues, el ojo fenicio a los trenes que nos llevarán a un futuro de gran urbe, según nos prometen. Pero, al mismo tiempo, esperemos que las olvidadas y maltratadas huellas materiales de los fundadores fenicios de Málaga no sigan durante mucho tiempo tan soterradas como los túneles del Metro y que salgan pronto a la superficie. Después de tres mil años, ya va siendo hora de acabar con los retrasos que, como en toda buena red de Metro que se precie, esta ciudad no se puede seguir permitiendo.

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