Desde la Caleta

Manuel Atencia Robledo

Naufragios y patinazos

HACE más de tres años, Rodríguez Zapatero, en ese tono solemne al que nos tiene acostumbrados, recurrió a un símil futbolístico y proclamó que nuestro país estaba jugando la "Champions League de las economías del mundo". Posteriormente afirmó que superábamos a Italia y que alcanzaríamos a Francia. Desgraciadamente estas proclamas quedaron desmentidas por los acontecimientos, agravados por la ceguera, la inacción y los errores de su Gobierno. En cambio, hemos estado a punto de ser expulsados de las competiciones oficiales.

El jueves, en otra de sus ocurrentes intervenciones, el presidente recurrió esta vez a un símil marinero y convirtió a España en "un poderoso transatlántico". Seguro que Zapatero no reparó en que el día no era el más adecuado para hacer esa referencia: se cumplían 99 años del naufragio y hundimiento del Titanic al sur de las costas de Terranova. La comparación que anima a hacer paralelismos no puede ser más desafortunada. El Titanic, considerado el mejor navío de la época, se decía insumergible. Un iceberg frustró el que pretendía ser un viaje épico.

Cuando ZP hizo aquellas afirmaciones, la economía española ostentaba la octava plaza en el ranking mundial, tal como la había heredado del Gobierno de José María Aznar. La crisis dejó al aire los problemas estructurales que el Gobierno socialista, dedicado entre otras cosas a la ingeniería social y a remover el pasado, olvidó acometer. La consecuencia: cuatro millones y medio de parados y la crisis más profunda que España haya sufrido en muchos años.

Pero este viaje asiático del presidente ha tenido otro momento de gloria, cuando se anunció que los fondos soberanos chinos invertirían 9.300 millones de euros en algunas cajas. Inmediatamente todos los medios se hacían eco de la satisfacción de ZP porque esta inyección de capital permitía eludir en gran medida la aportación de capital público, a través del FROB, y en consecuencia la nacionalización parcial de algunas entidades financieras españolas. Desde un principio, me pareció ese anuncio poco prudente. Después, cuando se produjo el rotundo desmentido de las autoridades chinas, se descubrió el fiasco, quedando en evidencia la frivolidad de nuestros gobernantes. El ridículo que ha hecho el Gobierno desgraciadamente no afecta sólo a los protagonistas de los acontecimientos, sino al crédito de España. Por mucho que este Gobierno nos tenga acostumbrados a estos espectáculos, los españoles no nos merecemos que se nos pague así.

El entrenador y el equipo, responsables de tanto desastre, patinazo y error, que nos ha conducido a la situación en que nos encontramos, están pidiendo a gritos que los españoles los mandemos al banquillo de los suplentes, al banquillo de la oposición. ¡Que nos den la palabra ya!

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