En la Cenacheriland redonda se va cerrando un círculo de navidades quejosas. El de la hecatombe fiestera y mogollónica. Neotieso de a pie he cumplido con el mandamiento del safari al centro en autobús donde las tribus se arremolinan allende calle Larios. Todo un ejercicio de paciencia y colas churreras. También de visitas a exposiciones de museos que se encuentran más alborotados en estas fechas en las que tanta familia arrastra las vacaciones por castigo. Ya estamos en la recta final de la gran cabalgata de los reyes magos y sus secuelas que viajan por barrios. En la zona Este amenazan con una expedición relámpago de los camellos de oriente. La grúa municipal se ha empachado de retirar vehículos en la mañana del cuatro de enero y tiene al vecindario mosqueado porque no sabe por dónde meterse el automóvil quinceañero que da más quebraderos de cabeza que la prole adolescente. Cosas de la movilidad de costumbres. Nos quejamos de vicio porque estamos sobre regalados. Cualquier tiempo pasado nos parece más guay. En especial las décadas de los setenta y ochenta cuando los boomers, señoros y señoras, eran niños. La onda revival es el nuevo virus que amenaza con nostalgia juguetera. Los tiempos del videoclub y juguetes de colección que se reeditan como los Madelmanes, Heman, Squeletor, las Tortugas Ninja, Caballeros del Zodíaco… Tamagotchis y muñecas Nancy o las Barbies cincuentonas. Sume todo el repertorio musical de la movida no tan madrileña que rescata el programa "Cachitos de Hierro y Cromo" cada nueva Nochevieja. Dime con qué jugaste y te diré que tacataca tienes. A las figuras de acción y juegos educativos se los están comiendo sushi las pantallas del móvil o Nintendo, Playstation y toda la secuela de videojuegos vivos que se disputan por streaming. Sigue aguantando con cabezonería el juguete tradicional: libros que no falten, sets de construcción de LEGO, los dinosaurios, entes más Stranger Things, hasta el futbolín y los juegos de mesa ¿Se acuerda usted de "EL Pale"? o del Monopoly en el que los precios de las viviendas eran de cartón. Hace cuarenta o cincuenta años éramos mucho más pobres, pero había más esperanza en el futuro. Estrenábamos clase media y libertades en una sociedad donde con unos ahorrillos, suerte y tesón se prosperaba. Pero sobre todo con mucho, mucho sacrificio. Ahora en la moderna abundancia, casi todo nos sabe a poco o demasiado difícil.

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