Soy muy de mitos, lo reconozco. Tan pronto como alguien me llama la atención por cualquier cosa, lo subo a mis altares y créanme que tengo desde políticos defenestrados por todos, hasta cantantes aborrecibles e incluso asesinos confesos con, además de muy malas entrañas, una jeta acorde con su hoja de servicios que hacen que sean dignos de mi admiración particular. Esta semana me he enamorado de John Bercow, el speaker del Parlamento británico. Jamás pensé que ese "ordeeerrr" que brama cada dos por tres para calmar a sus flemáticas señorías, me llamase tanto la atención y si además, consigue hacerlo con una sonrisa que provoca una carcajada general en un lugar donde el estiramiento es una manera de vida, va directo a mi santoral.

"Me quiero dirigir al honorable representante de North Dorset. Cuando era un joven estudiante en Oxford, mi mujer me decía que era un caballero muy calmado. No se qué ha cambiado desde entonces, pero no es muy satisfactorio". "Cálmese o le pediré amablemente que abandone la sala por el resto del debate. Si necesita tomar medicamentos, le pido que lo haga". Han sido dos de sus perlas a lo largo de los últimos días en los que se ha ganado su sueldo, pero mi favorita es la que le metió al patán de Boris Johnson cuando le recordó que "en este Parlamento, no insultamos y no nos dirigimos a las personas por los apodos de sus esposos. Esas personas tienen un nombre que usted conoce. Es francamente sexista lo que ha hecho y no lo voy a admitir en esta cámara".

Es cierto que el ejemplo que están dando sus graciosas señorías de la city, no es demasiado alentador. Su estúpido orgullo les ha conducido a una situación límite en la que una parte brama contra una Europa de la que dependen y forman parte, mientras otra asiste atónita a las consecuencias de una consulta plagada de mentiras a cara descubierta. Ese mismo orgullo de pacotilla, de recuerdo a un mundo que ya no existe, es lo que les lleva a mantener contra cualquier atisbo de lógica, engendros como las Malvinas o Gibraltar, aunque son dos verdaderos granos en el culo para sus intereses. También es verdad que tienen algo, probablemente derivado de los siglos de maneras democráticas, que nos falta a nosotros. Entienden que el Parlamento es el lugar donde se habla y se discute, a veces de manera más que apasionada. Es ese arte de la oratoria, de soltar puyas con elegancia, de poner en evidencia a quien tienes enfrente con sentido del humor, de ser oportuno y hábil. Realmente me encantaría ver al inefable Bercow enfrentándose a Rufián.

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