Mitologías Ciudadanas

José Fabio Rivas

Pablo Podadera

Pablo Podadera o el acto heroico de un hombre libre" -así podría titularse este breve escrito-. Aunque la historia es conocida, por lo menos en Málaga, bien vale la pena recordar sucintamente lo que sucedió la aciaga noche del 20 de abril de 2017, en la que Pablo Podadera quedó con unos amigos para celebrar su 22 cumpleaños, y tras pasar por varios bares, ya de madrugada, salió junto con uno de sus amigos de la Sala Theatro, en la que se encontraban en aquel instante, para fumarse un cigarrillo en la calle, topándose con una fuerte discusión entre dos jóvenes a los que no conocía. Y aquí se desencadenó la tragedia de un hombre -un muchacho- libre y consciente, jovial y vitalista, pues en vez de hacerse el distraído, en lugar de justificarse a sí mismo su propia cobardía o dejación con todos esos argumentos que nosotros los cobardes o los excesivamente precavidos hemos ido hilvanando a lo largo de nuestras vidas -"¡Ah, no me he dado cuenta!", o "¡Qué me importa a mí que unos desconocidos se destrocen!"- hizo lo que pensó que debía hacer, lo que era su deber ético, intentar apaciguar los ánimos de los contendientes y, al poner una mano en el pecho de uno de ellos con intención de detener la pelea, sorpresivamente y por la espalda, recibió por parte de dos fuertes energúmenos -no se me ocurre otro calificativo menos prejuicioso. ¡Angelitos…!- una serie de violentos puñetazos en la cabeza y la espalda, y ya caído en el suelo y de rodillas, abatido, volvió a recibir otra tanda de golpes terribles en la cabeza y la espalda, con resultado de muerte por hemorragia cerebral masiva.

Todos los humanos somos seres éticos; sujetos libres y conscientes, capaces de elegir entre lo que estimamos correcto e incorrecto, entre el bien y el mal; sujetos morales que, a veces, tal vez porque pensamos demasiado en nosotros mismos y en nuestros intereses, nos amilanamos y adjuramos de nuestras obligaciones con los otros, con la comunidad. No era el caso de Pablo Podadera. Sabemos que un gesto a veces vale para retratar a un hombre, que en un solo acto de conducta cotidiano, hecho con cierta espontaneidad -comer, jugar, charlar con los amigos…- se trasluce todo el egoísmo, la malicia o la bondad que puede encerrar el corazón de un hombre. Pablo Podadera, aquella noche desgraciada dio cuenta de lo grande que puede llegar a ser un ser humano. Y eso nos reconcilia con la Humanidad entera y con nosotros mismos. Porque para que una sociedad sea justa y próspera, no basta que tenga leyes justas y democráticas, ni que sus ciudadanos cumplan formalmente esas leyes -¡que ya es importante!-. Es preciso que los hombres y mujeres que viven en ella sujeten sus actos a la moral; es decir, a hacer bien lo que saben hacer bien y "saben que deben hacerlo", a pesar de que las circunstancias tal vez no les sean propicias. Actos bondadosos, nobles, sinceros, justos, que buscan la paz y que nos hace mejores a todos.

Bendito seas, Pablo Podadera. Descansa en paz. Con tu deber cumplido, desde las rutilantes estrellas en las que descansan eternamente la gente buena, nos dejas el mejor de los mensajes: Lo humano es posible

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