EN el bar de una ciudad andaluza existe un cartel en el que siempre se indica los días que faltan para que determinada cofradía pase por su puerta. Es la versión 'capillita' de la cuenta atrás del lanzamiento de los proyectiles espaciales o de la paciente tachadura de las fechas del calendario que se practicaban en la mili. En definitiva es la manifestación de una impaciencia. Algo así es la sensación que se tiene observando la inquietud con la que algunos cuentan los días que faltan para que la infanta Cristina comparezca ante el juez de Palma, con el morbo añadido de no saber hasta el último momento si hará o no el famoso paseíllo.

A veces sorprende la tendencia que tenemos a hacer trascendente lo anecdótico y a frivolizar lo importante. Y en esta cuestión lo realmente importante son las irregularidades y delitos que presuntamente se han cometido, acopiando dinero público, aprovechándose de la influencia que da el pertenecer a la Casa Real. Igualmente, lo trascendente es que un juez, no sin dificultades y oposición, se haya atrevido a imputar a la infanta, así como la insólita actitud de la fiscalía que de forma apasionada ha hecho suya la defensa de la imputada, arrastrando en su cometido a la abogacía del Estado y a la inspección de Hacienda. Lo demás es anecdótico.

El hecho de que la infanta atraviese el empinado callejón de acceso a los juzgados a pie, en coche o en patinete nada aporta al hecho principal. Lo normal es que accediera como cualquier otra persona que es citada, pero lo cierto es que cualquier otra persona no es esperada por un enjambre de cámaras, micrófonos y periodistas y por tanto, siempre habrá razones para apoyar lo uno o lo otro. En esta inclinación en profundizar en lo banal hay quien anda preocupado por analizar de qué forma puede afectar a la imagen de la Casa Real la forma en que definitivamente Cristina de Borbón acceda a la puerta de los juzgados.

En este afán de coger el rábano por las hojas, al final va a resultar que de una cosa tan nimia puede depender en nivel de aceptación que tenga la monarquía entre los españoles. No seamos ridículos; la forma en que el asunto Urdangarín pueda afectar al buen o mal nombre de la institución monárquica ya lo ha hecho y en nada va a cambiar esta impresión la decisión última que se adopte sobre el sistema de transporte. Lo trascendente ahora es que la imagen que no se deteriore ni salga mal parada de todo este asunto sea la Justicia. Y eso es lo realmente preocupante.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios