LA precariedad del trabajo periodístico, la enfermiza vocación controladora de la clase política y el desarrollo de las tecnologías de la información han asentado un fenómeno de desnaturalización de la información que constituye un ataque, uno más, a la libertad de expresión.

Me refiero a la práctica, ya habitual, de que los responsables políticos comparezcan ante los periodistas para hablar exclusivamente de lo que les interesa a ellos y negarse a responder a sus preguntas. Es moneda corriente que se convoquen ruedas de prensa en las que el convocante se limita a leer un comunicado y no permite que se le interrogue sobre su contenido o sobre cualquier otro asunto de actualidad.

"Hoy no toca", "No voy a contestar" o "Pasemos a la siguiente pregunta" son frases a las que nos hemos acostumbrado. Esas ruedas de prensa ni son ruedas, porque no hay rueda de preguntas, ni son de prensa, porque no se deja a la prensa ejercer más que de altavoz del mensaje que el líder de turno quiere transmitir. Cada vez es más frecuente, además, que los partidos políticos proporcionen a los medios informativos la señal televisiva de sus actos, seleccionando las imágenes que les interesan y obviando las que puedan deteriorar su imagen.

Como siempre que escribo de periodismo, no lo hago por una motivación gremial, sino por la convicción de que la libertad de expresión es un derecho de los ciudadanos -y de los fundamentales, según doctrina reiterada del Tribunal Constitucional- y que esa libertad sufre y merma cuando se ponen trabas y dificultades a la labor de los periodistas como intermediarios entre los poderes y la opinión pública.

¿Cómo hemos llegado a esta situación? Por dejadez de los propios informadores y directivos de los medios, a la que hay que añadir la insolidaridad de una profesión que es tanto más vanidosa cuanto más precarias son sus condiciones de trabajo. Ningún periodista se atreve a levantarse y abandonar una de estas ruedas de prensa adulteradas por temor a que le riñan en su empresa y porque nadie quiere quedarse solo en una postura digna, pero inconveniente. Ninguno se rebela contra la desinformación planificada por los que creen que la información es suya y no colectiva.

Puestos a ser constructivos, ahí va una iniciativa: que nuestros editores lleguen a un pacto para que ningún periodista sea represaliado por negarse a hacer de portavoz de lo que los políticos quieren decir y por tratar de informar sobre lo que quieren callar. Si todos lo llevan a la práctica, es algo que puede dar resultado, no supone coste económico alguno ni hará caer la publicidad aún más. Es una forma fácil de defender la dignidad de sus empleados.

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