Pido perdón

La vida íntima del Planeta se encierra en la eterna pregunta: si tuvo que ser así o tal vez ocurrió de esta manera

Seguro que algunos lectores de El Génesis, atentos y detallistas, habrán caído en la cuenta de cómo en ese texto, tan singular, hay como una referencia sutil a lo que genéricamente podríamos llamar la evolución. Más precisamente, a la capacidad de la especie humana de intervenir en el desarrollo biológico y genético de los demás seres vivos. Jacob marcha a las tierras de su tío Labán para eludir la cólera de Esaú. Allí pasa unos años hasta que un día decide regresar y pide su paga por el trabajo que ha llevado a cabo. Es entonces cuando idea un sistema de identificación de su ganado, que, acomodado a rasgos de su nacimiento, permita distinguir su origen y pertenencia.

Y al lector, atento y detallista, le puede sorprender que en un tiempo tan primitivo ya se conociera lo que se llama la selección artificial, aunque entonces su técnica adoleciera de valor científico. (Curioso resulta por demás cómo hasta hace poco tiempo aún se creía que factores exteriores influyen en la configuración somática y síquica de las personas. El científico Huarte de san Juan -siglo XVI-, por ejemplo, da consejos concretos de posiciones en el coito para repercutir en el sexo y hasta en la capacidad intelectual del nasciturus).

Precisamente a esta capacidad de nuestra especie de intervenir en el selección natural, mediante una, a su vez, llamada selección artificial, la califica el historiador N. Harari, "el mayor fraude de la historia". Su tesis viene a decir que, si bien el cazador-recolector, (nuestros antepasados del Paleolítico) que comía de lo que cazaba y recolectaba y tenía que ir a buscar el sustento allá donde lo había, tenía dificultades de vez en cuando para subsistir, estos problemas no ofrecían suficiente justificación para empezar "la revolución agrícola y ganadera", la revolución que ha pasado a la historia con el nombre de Neolítico, aproximadamente desde hace unos 10.000 años. Y sienta en el banquillo como acusadas a un puñado de especies de plantas, de entre las de que destaca al trigo: de tal manera nos manipuló, dice, que incluso tuvimos que transformar nuestra vida social, económica, nuestras creencias… y, al final de la historia, hasta nuestra naturaleza.

La vida íntima del Planeta se encierra en la eterna pregunta: si tuvo que ser así o simplemente ocurrió de esta manera. Y es la pregunta metafísica obligada de cada mañana para ver qué hay que hacer. O evitar.

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