Letra pequeña

Javier Navas

Saca la bota, Francisco

LO que le apetece a uno es desabrochar el primer botón de los pantalones y aflojar el cinturón, no apretárselo como recomiendan. Ya vendrán luego la penitencia, el almax y el yogur sin materia grasa. Toca turrón, champán, pasteles, salmón, sidra, pavo, cerveza, jamón, más champán… No es una degeneración sensual y consumista de la Navidad: es que nunca ha sido de otra forma. Testimonios de la Roma cristiana o de los ascéticos peregrinos que tomaron Norteamérica detallan las borracheras y la bulimia decembristas. De la letra de nuestros villancicos populares no hay que decir nada. Cabrá afligirse en Viernes Santo. Pero quien iba de boda y sacaba vino de tinajas de agua para que la fiesta no decayera miraría con buenos ojos a los que celebran su nacimiento bebiendo como entonces se bebió.

Brindo porque esta noche un amigo pague el vino. Y el alcalde de Málaga es el amigo de los malagueños. Desde hace unos años ha venido proporcionando comidas de Navidad para agrupaciones de ciudadanos, y algo de qué hablar a los medios y la oposición (aunque ésta jamás osará quejarse con demasiada ira de que le den de comer a un buen montón de votantes). La última invitación la costearon empresas privadas. Lo que haya tenido que canjear el alcalde a los patrocinadores a cambio de su generosidad no está claro. Sabemos que inauguró un comercio de una de las dadivosas compañías. Creo que una miss cortando la cinta hubiera quedado mejor.

En esta ocasión no hay comida. En el Ayuntamiento se han decidido por la copita y los canapés. No es por la crisis, dicen. Ya se han dado cuenta de que los periódicos los ponen verdes y de que, cuando se libran de pagar pasando la cuenta a patrocinadores privados, se hacen porras sobre qué favores sacarán éstos. Pero no renuncian a ofrecer el aguinaldo a los lobbies locales. Que ahora tiren por lo modesto da lo mismo; bien medallón de pato, bien biscote con anchoa, esto sigue siendo indecente. La función de las peñas, asociaciones de vecinos, etc., es dar un sitio al individuo para que participe en la sociedad civil sin que el Estado meta las narices; lo representan ante éste, lo defienden y exigen en su nombre. Ya tiene delito que acepten subvenciones de la Administración, con la merma de independencia que supone. Pero figurar de invitados comilones, como en la despendolada boda campesina que pintó Pieter Bruegel el Viejo, con el alcalde en el lugar de la novia, representa el fracaso colectivo, la claudicación.

Cueste lo que cueste la cuchipanda, las agrupaciones no deberían ir. Por razones higiénicas. Olvidémonos de lo que hacen los políticos, ahora pueden elegir los ciudadanos. Tienen la oportunidad de quedar mal con el Ayuntamiento, desairar al que convida y aguantarse con más hambre pero con más dignidad. Aunque habrá quien piense que para demostrar dignidad basta coger las croquetas de una en una.

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